12- Herrera del Duque – Castañar de Ibor #Cicloextremeña

by Julen

Etapa en Strava.

Dediqué un buen rato de la tarde a limpiar la transmisión de la bici. El polvo, el barro y los charcos van haciendo mella en la cadena y en la piñonera y, como de vez en cuando voy lubricando, la grasa se acumula. Vamos, que a cepillar bien y desengrasar para luego volver a lubricar. Hay que cuidar la máquina.

La tarde, por lo demás, transcurrió tranquila. El pueblo es un pequeño laberinto de calles con algunas plazas «sorpresa» con edificios de moderna factura. Era el caso del ayuntamiento o la casa de la cultura. Por otra parte, la calle en torno a la carretera agrupaba algunos bares y comercios que le daban algo de vida.

Finalmente me decidí por cenar en la casa rural donde me hospedaba. Como había cocina equipada con todo lo necesario, aproveché para disfrutar de una cena básica en forma de fideo oriental y unos garbanzos con espinacas. Día de descanso de ibéricos, que también se agradece.

Mirando estas tres últimas etapas se da uno cuenta del tipo de ruta que propone la CicloExtremeña, al menos cuando no hay pisteo complicado o subebajas constantes: las medias en torno a los 20 kilómetros a la hora lo dicen todo. Sobre todo cuando las comparo con las que hice en mi última ruta larga de MTB, el Camino Olvidado y la Transcantábrica. Aquello era otro mundo, con puertos que te llevaban al límite y porteos cada dos por tres.

Amanece… ¡lloviendo! Y un viento considerable que pega del oeste. Hay que quitarse la pereza. Cuando te mojas en bici lo peor son los primeros momentos; luego, ya más o menos calado, se lleva mejor. A los pocos kilómetros de salir, nos encontramos de nuevo con el embalse García de Sola. Es omnipresente este pantano. Ayer me lo encontré a mitad de etapa y aquí está de nuevo. Eso sí, fue con solecito y hoy, en cambio, día de perros.

A partir de Castilblanco se coge una carretera encantadora, de rectas eternas llenas de toboganes. El viento pega de la izquierda y por momentos llueve cada vez más. En fin, algún día tenía que ser. Decido no tomar una pista a la izquierda ante el aviso que tienen en la web de que han reportado que hay una cancela con candado. Si hiciera buen tiempo, ya me animaba a comprobarlo, pero tal como andamos, quedará sin examinar el incidente. Llegados a Alía, deja de llover. Nos metemos a un bar para examinar el resto de la etapa. De momento, seguiré por carretera hacia Guadalupe. Luego ya veremos.

Hoy la etapa nos introduce poco a poco en territorio más montañoso y nos hace pasar por el archifamoso Monasterio de Guadalupe donde se custodia la imagen de esta virgen, que es «Patrona de Extremadura y Reina de la Hispanidad». Bueno, el caso es más o menos similar a otros lugares de peregrinación: allá a finales del siglo XIII o principios del XIV se le apareció la imagen de la virgen a un pastor, en este caso en forma de talla. Y una cosa lleva a la otra, se metió de por medio Alfonso XI, luego los Reyes Católicos y se lió el asunto. Total, que menudo festejo hay montado hoy en día a su alrededor, con la consabida visita papal para que no falte de nada. En este caso Juan Pablo II allá por 1982.

A su lado el pueblo de Guadalupe vive de su monasterio, claro. La llegada la hago por una supuesta antigua vía de tren que salva mediante un viaducto enorme el río Guadalupejo. Digo «supuesta» porque, aún habiendo construido semejante obra, nunca circuló un tren por ahí. Increíbles los humanos, cómo somos de espabilados.

La plaza frente al monasterio está repleta de terrazas todas vacías. Nadie se anima con este tiempo. Me tomo un Cola-Cao para calentar el cuerpo y afrontar mejor las dos subidas que quedan. Salgo por la carretera y poco a poco se asciende hasta un alto desde el que se observa todo el valle de Puebla de Guadalupe.

Tengo dudas de si subir hasta el Puerto del Cubero o si continuar y atajar algunos kilómetros hasta Navalvillar de Ibor. El cielo está muy cubierto y llovizna de vez en cuando. Al final decido subir y luego bajar por una pista hasta Navalvillar. Son unos cuantos kilómetros más que la otra opción, pero para algo hemos traído una bici de montaña, ¿no?

La subida es preciosa por un bosque de roble. Es carretera, pero en los 50 minutos que tardo en llegar arriba no aparece ni un solo coche. La subida es muy tendida y resulta agradable. Eso sí, de vez en cuando llueve. Arriba, luego de bajar un poco, se toma una pista a la izquierda, a la altura del caserío Hospital del Obispo. Hay que ascender al principio un poco más por este camino, muy roto por las lluvias. Al coronar comienza una bajada que tendrá también su buen tramo de dar pedales.

Y entonces llega el diluvio. Me voy comiendo agua y barro por quintales. La velocidad de la bajada se encarga de empaparme al completo. Llego a Navalvillar hecho un Ecce Homo. Deja de llover y salen unos rayos de sol. Aprovecho para seguir hasta Castañar de Ibor, donde termino la etapa, y que queda al otro lado de un último repecho. El hotel está a la entrada. Paro y al de un rato allí pensando si limpio primero la bici o qué puñetas hago, sale la señora que lo atiende. Luego lavaré la bici. Diosssssss, qué pintas traigo. La señora ya está pensando cómo le voy a poner la habitación.

El pueblo se delata a través de su nombre. Sí, hay castaño por aquí, aunque también encina y mucho olivo. Estamos a casi 800 metros de altitud. Seguro que en invierno aquí hará fresquito. Estamos, además, en una zona donde arraigó la lucha antifranquista de los maquis tras la Guerra Civil. Por mi parte, aquí ha acabado mi lucha de hoy contra la lluvia y el barro, que también ha tenido lo suyo 😉

 

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Fotografías de la ruta cargadas en el álbum de Flickr.

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