Esa parte oscura de nuestras vidas. La que vive en lo más profundo de la ciclotimia. Truenos. Poco a poco se va la luz. Nubarrones. El cielo no promete. El cielo amenaza. La sensación de escalofrío. De vez en cuando nos toca.
Y sin saber cómo empezó, caes. Entras en una espiral que juega contigo. No ves el fondo, pero sabes que está allí abajo. Continúas. No es fácil detenerse. Solo queda dejarse llevar. Tu lado estoico. Sabes que te están poniendo a prueba. ¿Quién? Dicen que tú misma. No hay nadie más a quien culpar.
El guión se repite. Y no por ello inquieta menos. Sabes el final de la película. Pero también sabes que no podrás dejar de mirar la pantalla. Hay final pero aún queda metraje. Hay que sufrir. Innecesariamente, diríamos. Sufrir. Que cada cual vea cómo sobrellevarlo.
Escondida. Es la otra opción. Que no se fije en ti. Que seas insignificante. Quisieras disolverte y dejar de ser visible. Pero los truenos no perdonan. El cielo agobia. La presión crece. El final está lejos. Aguanta.