Barcelona 3 – Athletic 1. Perder, algo previsible. Algo que entraba dentro de la lógica. Fracaso, no ha habido sorpresa. La desigualdad ha sigo siendo la evidencia -también en el fútbol- de que el tiempo presente continúa fiel a su guión. El mundo se estira para que los de arriba estén más arriba si cabe y los de abajo… bueno, los de abajo tienen otras peleas en las que emplear su tiempo y recursos.
El mercado tiene estas cosas. No hay regulación que impida el espectáculo. Más llama a más, dinero a dinero, estrellas a estrellas. Un círculo virtuoso que gira endemoniado sin control alguno. Siempre hay un «aún más» que puede romper el límite previo. Para asombro de la ciudadanía de a pie.
La gente se echa a las calles a festejar. El Barcelona ha ganado otra Copa del Rey. Sencillo esta vez. Goliath se come a David para regocijo general. Los perdedores, sin embargo, parecen también festejarlo. Cada cual fija sus ambiciones en logros diferentes. El chiste de Forges, como siempre, refleja ese estado de ánimo, paradójico y enternecedor, e introduce el sarcasmo de quien se sabe perdedor y lo festeja.
Perder engrandece. El recurso falso de la lástima y la autocomplacencia. La sociedad contemporánea vive de ganadores, de triunfo, de éxito. Se vanagloria de sus logros y prepara celebraciones espontáneas en las calles. La gente revienta de gozo porque de nuevo su equipo es el mejor. Arriba en el trono no queda sitio para más. Ganar, lo más. La competitividad se escribe con miles de perdedores porque solo hay sitio para un ganador. Punto final.
En los tiempos de la economía colaborativa las migajas de los pobres son siempre el segundo puesto. El fracaso disfrazado de casi pudo ser. Pero ni lo fue ni lo es. Y mientras el mundo gire de esta forma, no lo será. Porque la desigualdad viste de fiesta a este planeta que habitamos. Desigualdad salarial, de género, de oportunidades. Desigualdad porque naciste en el lugar equivocado. La lotería de la vida no te dio premio.
La liturgia de perder con dignidad. Ese estado emocional para una amplia masa de gente que disfruta y se ríe. Gente que ajena a la razón sigue creyendo que los milagros existen. La fe no sabe de razones. Perder engrandece. No queda otra. La disonancia cognitiva pero también emocional necesita este tipo de artimañas. Se celebra el fracaso de un sentimiento. Las desigualdades crecen. Pero nadie parece explicarse por qué la gente insiste en ser feliz en la derrota. Bienvenida paradoja.
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