Serie: Ángela. Entrega: 16.
Aunque llegaría tarde decidió parar y entrar a uno de sus bares preferidos. Necesitaba recuperar confianza y apartar ruidos emocionales de su ser. Un té y una conversación convencional servirían para volver a territorios controlados por la razón. Llevaba un par de semanas en una agitación difícil de comprender. A cada paso un sobresalto. A cada sobresalto una picadura que irritaba su carácter.
Entró con la distracción de quien no ve lo que le espera. La barra en su sitio, los taburetes, el gran espejo detrás, las botellas jugando en paralelo a diferentes alturas. Todo tal como debía ser. Se distinguían las típicas voces que componían un hilo musical monocorde y tranquilo. Siempre había gente en aquel bar. Personas casi todas anónimas que semejaban en el fondo de un cuadro impresionista lleno de trazos donde cada cual había perdido su individualidad para favorecer un significado global y único.
Se dirigió hacia una de las esquinas de la barra porque era el único hueco que parecía habitable. Dejó su bolso en uno de los dos taburetes que estaban vacíos mientras se sentaba con ansía de que sus pulsaciones volvieran a zonas relajadas. Llamó a la camarera y le pidió un te. Sabía de sobra que recibiría una sonrisa de su amiga tras la barra. Territorio amigo. Llegó el té y comenzó el ritual de hacer subir y bajar la bolsita dentro del agua caliente. Arriba, abajo. Arriba, abajo.
– Perdón, ¿me puedo sentar?
Sin querer, dio un golpe a la tetera y el líquido rojizo se derramó rápido por la barra mientras la taza salía despedida hasta el suelo y se partía en pedazos.