Manías que se quedan a vivir, que no sabes cómo ni cuándo arraigaron. ¿Preferirías dinamatarlas? El caso es que a veces se acaban volviendo entrañables, ¿verdad? Al menos para ti, claro. Desde fuera siempre admiten una lectura bien distinta. En cierta forma viajan el vagón de los reproches y las incomprensiones. Tus manías no son las mías. Las tuyas rayan lo insoportable, que lo sepas.
La conducta humana termina por enrocarse. El tiempo actúa en un lento proceso de erosión. Se van puliendo aristas. Todo termina rodeado de una extraña previsibilidad y bañado en incoherencia. Ahí intentas defenderte y buscas algo que demuestre que eres capaz de salir de la cárcel de tus manías. Pero sabes que, en el fondo, es imposible.
La batalla está perdida. Los años consolidan aquello que al principio parecía lógico. Lo hacías a tu manera y resultó que luego tu manera te engulló. Adiós a la flexibilidad, a la cintura, a la improvisación. Las cosas son como deben ser. No hay alternativa. Ya te conocemos.
La zona de confort cada vez se ve más repleta de esos pequeños monstruos. No te queda sino aceptar la derrota y negociar como víctima. Sabes que el enemigo no puede serlo por más tiempo. Necesitas un armisticio que al menos te reconcilie con esa parte que se impone a tu voluntad. Quién te lo iba a decir: un viejo repleto de manías.
La imagen es de NightFlightToVenus en Flickr.