Hay momentos y lugares para tomar conciencia del bucle. El parque, la luz, una ruta en concreto. La magia de lo caduco en todo su esplendor. Una especie de sacrificio en el altar de los colores. Hojas que mudan su cromatismo para explicarle al mundo que el ciclo continúa. Y, mientras tanto, el tiempo pasa.
La liturgia del otoño exige rituales de sobra conocidos. Cada año parece igual pero no conviene fiarse. El parque se vuelve un lugar que te mira diferente. La luz se vuelve más tenue. La ruta exige un mayor esfuerzo. El tiempo nos coloca un poco más allá. El final, imperceptible aún, está más cerca. No hay excusa. Aunque no lo veamos, se acerca.
Es momento para jugar a la melancolía. El ambiente acompaña. La mirada se pierde entre tanta hojarasca. El camino se pierde y la pisada debe imaginar el suelo que pisa. Las formas quedan ocultas. Adiós a las certezas. Bienvenida la intuición.
Sí, se repite. Pero no por esperado deja de cautivar. De nuevo el otoño. Como el anterior, como el siguiente. No, no te engañes. Llegará un otoño en que todo será diferente.
La imagen es de Ian Shane en Flickr.