En algún lugar por aquí dentro, en una matrioska que juega al despiste, habitan un buen puñado de geografías. Por qué o cómo llegaron a encontrar hueco, creo que nunca lo sabré. El caso es que tampoco soy consciente de quién lo decidió. Me insisten en que fui yo mismo pero tengo mis dudas. Más bien creo que ellas hicieron algún tipo de trampa que me despistó.
Hoy es el día en que ya cada parte sabe tanto de la otra que no hay secreto por descubrir. A veces pienso que llegará el día en que no habrá hueco libre pero siempre me sorprendo con una nueva ocupación. Esta misma mañana allá arriba, con el día tan claro, lo he visto otra vez bien claro. El instante se ha dado la vuelta y ha regresado a su correspondiente geografía interior.
No hay lógica de ningún tipo. No hay clasificación que sirva para que terceras partes lo entiendan. Ni yo mismo. Así que por fin renuncié y dejé todo en manos de cada momento. Si llegaba o no a arraigar, no era asunto mío.
Estas geografías interiores no siempre son accesibles. El camino hacia ellas puede complicarse tanto que no merece la pena el esfuerzo. Si quieren, sucederá. ¿Para qué insistir y pelear cuando nadie te asegura que al alcanzar el lugar de la última vez seas capaz de encontrar lo mismo? Por eso, ya aprendí. La geografía interior no dispone de cartografía. Ni dispondrá. Esa es la magia.