A primera hora de la mañana

Momento mágico. Un refugio donde encontrar ese pequeño tesoro de lo cotidiano. No importa el lugar. Aunque los hay que añaden paz, lo reconozco. Pero es el momento y no tanto allá donde uno esté. El día repite ciclo, nada que pudiera llamar la atención. Pero ahí emerge, esa constancia de la tranquilidad. Eso es lo que aprecio.

Ocurre de mil formas. Todas idénticas desde fuera y sin embargo todas diferentes. Miles de matices que se combinan en forma aleatoria para reproducir el instante. Arranca otra jornada. Arranca como lo ha hecho hasta ahora. ¿Por qué entonces reconocer su plenitud? Insisto en la importancia de lo cotidiano, de los pequeños mundos que cada cual construye.

Actos que parecen rutinas. Todo según una lógica que apenas admite discrepancias. Pero yo callo y me lo guardo. No tengo por qué caer en la trampa. Diferencias en la homogeneidad. Una manera de sentir que va a merecer la pena. No tiene tanto que ver con lo que pasa ahí fuera.

¿Y cuando deje de suceder? Una primera hora de la mañana que se empeñará en esconderse. La ventana dejará de estar ahí en su sitio. El fresco de la mañana también huirá. Ese día será diferente.