Sentir

Tantas formas de sentir. En la realidad o en la imaginación. Hoy o mañana. Con intensidad o mediante el suave tacto de una caricia. Con estruendo o con recogimiento. A gritos o en silencio. Entre la multitud o en soledad.

Mientras llega el sueño por la noche, con la cabeza sobre la almohada, tu imaginación cabalga desbocada. Comienza en plena consciencia pero llega un momento en que saltan por los aires todos los controles. De repente, el cerebro, el corazón, tu historia, el deseo insatisfecho, el cansancio. Todo se agolpa y te hace sentir. Lo quieras o no.

Y vuelve a suceder. Te acompaña. Eres tú misma pero proyectada fuera de tu cuerpo. Sales de ahí directa a un confuso territorio que es capaz de mezclar lo más inverosímil. Luego, si te acuerdas, piensas en ello. Pero te cuesta aprehenderlo, se escapa como el agua entre las manos. La sientes pero no la posees.

Por momentos todo es tan intenso que parece más real que cualquier otra percepción. Y es que sentir es agua cenagosa y sólida referencia. Es pura paradoja. Sentir que piensas y pensar que sientes. Inabarcable. Se escapa mientras te sonríe. Y por fin cierras los ojos.