Abandono

Todo acabó un día de primavera. Aunque casi nadie se acuerda ya. ¿Cómo fue que llegó hasta allí? El último kilómetro lo empujó hasta aquel prado. Las ruedas no giraron más y el motor calló para siempre. Un final como otro cualquiera, un lugar para el olvido. Atrás curvas, viento y conversaciones entrañables.

El mundo se detuvo a su alrededor como nunca antes. Inmóvil, dejó a un lado sus rutinas y se dispuso a esperar. Pero la espera acabo por convertirse en su estado natural. Siempre espera. A algo, a alguien. Espera una casualidad o quizá compasión. Los hierbajos sin embargo acabaron por perder el respeto a aquel gigante. Y comenzaron a devorarlo.

Claro que el tiempo lo cura todo y las partes en litigio terminaron por firmar una paz ad eternum. Los días comenzaron cada cual a marcar su fecha en el calendario para dar fe del acuerdo. Para atestiguar la muerte en vida, la quietud. El coche se refugió en su carrocería, se encerró más en sí mismo y dejó que comenzara su sepultura en vida. Otro día más inmóvil y por fin la sentencia: cadena perpetua. Olvido, aislamiento, tristeza.

Hoy ya nadie se fija. Vive allí desde hace tanto que ha dejado de ser visible. Su azul se desvanece. El óxido va ganando la batalla en un avance lento pero constante. Su artillería hace crujir el metal, que se derrumba al paso de la infantería. Un óxido ajeno a la compasión. La decrepitud continúa. El abandono termina por ser cruel, ¿verdad?