Más de tres. Multitud. Sí, es solo una forma de autodefensa. ¿Contra qué? Contra el gigantismo de los números, de las propuestas. Todo parece pasar por el volumen. La fuerza es la cantidad. El grito, los decibelios. Atruena. Ensordece. La multitud. Más de tres.
Por eso me retraigo. Atemorizado por la avalancha. En algún punto debo sentir el riesgo. Una caída, un simple tropiezo. Entonces la multitud se hace cuello de botella. Y desaparece el aire, la perspectiva. El horizonte se reduce a la persona delante de ti. La sientes casi como si fueras tú. Pero la sientes sufrir. Y es fácil contagiarse. La epidemia de la multitud.
Arriba el cielo. No queda sino pensar que desde allí cogemos perspectiva. Somos solo un pequeño aglomerado de humanos. Imposible de comprender la razón. Tan grande la superficie, tan desaprovechada. ¿Por qué tanta gente en tan poco espacio? ¿Por qué no coger aire? ¿Por qué no sentir la apertura de lo que nos rodea? Inquieto, sudo. Los nervios me pueden.
Así que no voy. Inventaré excusas. Más de tres son multitud. Prefiero la pequeñez de lo íntimo. Prefiero lo cálido. El griterío me perturba. Por eso no voy. Mi cobardía me pone en mi sitio. Se lo agradezco porque sabe que la aprecio. Una compañía agradable para un momento de intimidad. Sí me recreo en mi cobardía y sueño con lo imposible. Pero lo sueño.