Al lado. De vez en cuando. Agazapada se sabe ahí aunque calle su presencia. Mimética, real y, sin embargo, tan dependiente. Jugó con fuego y se quemó. Por eso vive condenada a un pacto con el sol. Y aunque aceptó su condición hoy es el día en que la melancolía se ha apoderado de su carácter. Se estira al comienzo y al fin del día. Momentos de esplendor que repiten el ciclo con una insistencia sobrecogedora.
Caminando hacia poniente la mañana obsequia con una sombra que parece predecir la ruta. Inmensa y profunda, regala un momento cautivador. Ahí está. Tras unos minutos, los pasos sienten cómo te envuelve desde atrás. En silencio, solo jugando con algún que otro pájaro que no aciertas a ver. Una presencia tranquilizadora, para profundizar la mirada y captar el instante. Las primeras luces del día.
Lo mismo al terminar la jornada, pero necesitarás girar sobre tus pasos. ¿Tiene sentido? Todo reluce si aceptas el juego y decides regresar. La sombra vuelve a cautivar como lo hacía por la mañana. Avisa antes. Vas sintiendo cómo el color se hace más y más intenso. El día muere y la sombra se gana su espacio de nuevo. Como ayer y como mañana. Solo necesitas el tiempo y el lugar. Y querer sentirlo.
El juego deja claras sus reglas. Dos momentos al día. Magia para incorporar a una jornada que entre medias se pega con la realidad. El sol gana la batalla. Aunque da igual. Si no lo hubiera, la sombra aguardaría en su cueva. A la espera de tiempos mejores. En épocas oscuras la sombra se retuerce, se pliega sobre sí misma y huye a lugar seguro. Sigue allí, pero no puede sino reconocer la perfecta cárcel de cristal en que habita.