Sensaciones aquí en El Hierro

Ya sabíamos que esta vez iba a ser diferente. No es hecho habitual lo que está ocurriendo aquí en El Hierro por mucho que uno sepa que está en una isla intensamente conectada con los volcanes. Los hemos fotografiado creo que cientos de veces, pero siempre permanecían quietos, ajenos al paso del tiempo. Eran, sobre todo, símbolos de lo que fue. Pero no del presente. Cierto que siguen mudos a la vista pero la ciencia dice que por abajo, a más de veinte kilómetros de profundidad, hay movimiento de magma.

Hasta cierto punto era, no obstante, previsible. Una especie de conversación colectiva única emerge en la isla: los temblores y las erupciones. Hace un par de días escuchábamos en el restaurante del mirador de La Peña a un camarero que nos hablaba de «energía acumulada», de «profundidad» de los temblores o de «piroclastos» como si fuese un experto. La gente escucha, lee, interpreta. Certezas y desinformación conviven a cada instante.

La isla parece quizá algo más triste que de costumbre. El puerto de La Restinga estaba vacío de embarcaciones y los establecimientos relacionados con el submarinismo permanecían cerrados. En las terrazas de los bares de abajo se escuchaba otra vez la «única» conversación posible.

Ayer dimos la vuelta a la isla por El Julán y bajamos hasta el faro de Orchilla para volver por Sabinosa y pasar por el túnel de Los Roquillos. Hicimos fotografías de la mancha en el mar frente a La Restinga que, casualidad, parece haberse activado con la emisión de piroclastos. Nosotros la vimos de color entre naranja y marrón, muy nítida. También observamos cómo el buque Ramón Margalef andaba por la zona con sus investigaciones.

No sé, puede ocurrir que sea inevitable un simple contagio del sentir general. No es esta una isla alegre pero a lo mejor sí que la ves ahora sumida en un pozo de tristeza y preocupación. El Centro de Interpretación del Julán estaba «cerrado hasta nuevo aviso», las obras del que iba a ser un museo junto a la iglesia de Santa María de Valverde duermen olvidadas y otras cuantas obras sufren la crisis del ladrillo. Es lo que hay. La dichosa crisis aprieta.

Sin embargo, por otra parte, sorprendía ayer por la mañana observar el bullicio de Valverde. Coches y más coches, gente haciendo compras y una sensación de que todo sigue su curso normal, como no puede ser de otra forma. En fin, que aquí estamos, en La Caleta, con el sol levantando por el horizonte mientras La Gomera y el Teide asoman por la izquierda. Todo como siempre.