Primavera y verano

by Julen

Verano y primavera en la dehesa

Ayer fue un día tórrido y soporífero. Por la tarde lo único posible era no hacer nada y dejar que el tiempo pasara. El calor reinaba a sus anchas. No tenía sentido jugar un partido perdido de antemano. Inmenso, callado, intenso y extenso.

Pero la mañana, sin embargo, suele regalar temperaturas agradables. El sol no sale hasta pasadas las 7:30 de la mañana. Allá, tras las lomas, después de un repiqueteo de gallos, aparece fiel a su cita. Siempre por el mismo sitio, absolutamente predecible. Claro que holgazanea y se hace el remolón, porque en estos quince días ya se ve que cada vez le cuesta más madrugar. Y más que le costará.

Mi otro recuerdo de este pueblo, Cazalla de la Sierra, es de la Semana Santa pasada, en plena TransAndalus de contacto con el medio rural. Con un color relajante en la retina: el verde. No había ninguna duda. El campo, tras las fuertes lluvias del invierno pasado, desbordaba frescor. Verde intenso que hasta una mano poco agraciada para la fotografía como la mía era capaz de captar.

Semana Santa supuso conectar con la costumbre popular. Lo mismo que si hubiéramos estado aquí en agosto para la romería de Nuestra Señora del Monte. Fechas vinculadas con lo religioso y -para quienes estamos lejos de la fe- de cierta magia. Porque la gente queda abducida por el fervor que de algún sitio recóndito llegará. Éxtasis, trance. Se desbordan las lágrimas, la emoción. Silencio. Una procesión es una procesión. Aquí en Andalucía, por lo menos.

Entonces y ahora el pueblo sigue ahí, en una suave ladera que deja calles en cuesta. Muchas de ellas empedradas y retorcidas junto a paredes blancas, blanquísimas. Y por la tarde, cuando el sol da tregua, aparecen poco a poco las personas. Sillas y conversación. Con un cierto halo de tiempo pasado y de crítica social cerrada que fluye de portal en portal. No hay registro del diálogo, que queda enterrado en quejas y suspiros. Conversaciones privadas que se las traga la noche.

Alrededor del pueblo, ahora el campo se agosta. Las encinas y los alcornoques están acostumbrados. A sus pies un ganado que sabe también de la lógica del calor. Mínimo esfuerzo para que el tiempo transcurra a la sombra de la encina. Miradas perdidas, simples animales. Tan pegados a la tierra y a la cultura popular.

Las dos semanas terminan. Mañana de vuelta a otra zona del sur de Islandia. Sin prisa, suave suave. Parada en el camino y otra vez a dejar que Cazalla se revuelva en algún lugar de la memoria. Pero con dos colores: amarillo y verde. Calor y frescor. El pueblo aquí se quedará.

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Las dos imágenes corresponden al mismo lugar, en ruta TransAndalus desde Cazalla de la Sierra hacia la Presa de Viar. Son respectivamente de agosto y abril de 2010.

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