Un simple movimiento de la mano y pasamos página. Miles de años de evolución que la yema de los dedos empuje ligeramente el papel con un movimiento preciso. Ya está. Pasada la página anterior, solo queda continuar camino. ¿Cuánto de diferente? Detrás solo queda el recuerdo. A diferencia de otras veces, no hay vuelta atrás. Sí, quizá la hubiera, pero pesa más la dignidad de abandonar un lugar que se había convertido en una pequeña cárcel. Las paredes eran de cristal, sí. Pero no había llave para abrir aquella cerradura. El paso del tiempo la fue oxidando y solo con ayuda externa iba a ser posible saltar al otro lado. No lo veis, pero llegará.
Claro que la página nueva conduce casi al mismo sitio. ¿Un bucle? Puede ser que la línea de tiempo fuera mentira. A lo mejor arrastramos una visión demasiado sesgada, plena de progresismo y avance tecnófilo, tan del momento presente. En cambio, la siguiente página insiste en parecerse demasiado a la anterior. Siempre me he tenido por un cobarde, una condición de la que no reniego. Y ahora que paso página no quisiera para nada olvidar de dónde venimos. Es cuestión de reconocer que más que libre albedrío jugamos en la liga de las decisiones condicionadas. ¿Por qué? Solo lo intuimos. Pasamos, por fin, página.