Vivimos en un mundo de autointerrupciones y a lo mejor tiene que ser así

by Julen

Una de las características del trabajo en el siglo XXI es su fragmentación. Desde muchos diferentes puntos de vista puede argumentarse que hoy vivimos a pedazos. Tweets que conforman o no hilos, noticias que se suceden una a una a velocidad de vértigo, microtrabajos que encubren una precarización galopante. Fragmentos y más fragmentos que chocan de plano contra aquella famosa ley de Carlson: «Todo trabajo interrumpido es menos eficaz y consume más tiempo que si se realiza de manera continua«. Sí, vivimos en una constante interrupción.

De los libros que he leído últimamente, Esclavos del tiempo, de Judy Wajcman, ha sido de los que más me ha ayudado a reflexionar sobre este asunto. Wajcman ha realizado un importante trabajo de campo y esto siempre es de agradecer porque sus opiniones tienen, por tanto, ese fundamento empírico. Pues bien, esta mujer planteó una investigación para registrar la frecuencia y duración de las actividades de comunicación en el trabajo y relacionarlo con el uso de las tecnologías. ¿De dónde provenían las interrupciones?

Por una parte hay que considerar que las interrupciones mediadas tecnológicamente son, en promedio, más breves que las presenciales. Sí, ojo con atribuir a las tecnologías ese robo de tiempo que anuncia la fragmentación del trabajo. El caso, y es adonde quería ir, es que «con mucho, el principal elemento iniciador de los distintos episodios de trabajo son los propios trabajadores, que constituyen la razón del cambio una media de 65 veces en cada jornada laboral». Es decir, que somos nosotros mismos quienes nos vamos a otra tarea 8 veces a la hora. Pero Wajcman va más allá y explica que el trabajo actual del conocimiento es así, fragmentado.

Hoy el trabajo del conocimiento se organiza en gran parte a través de formas de comunicación mediadas, en la medida en que se transmiten información e instrucciones por vía de los diversos dispositivos y aplicaciones que forman el repertorio de comunicaciones de los trabajadores. Teniendo esto en cuenta, la opinión común de que los trabajadores experimentan las comunicaciones mediadas como interrupciones a su verdadero trabajo resulta del todo inapropiada.

El argumento es sencillo: las interrupciones forman parte del trabajo natural a día de hoy. Más que un factor perturbador es algo consustancial a la manera en que hoy en día trabajamos. Cada cual, por tanto, debe resolver cómo encara la fragmentación a la que se ve abocado en su trabajo. Cuando una alumna o un alumno te envía a cualquier hora un correo electrónico, ¿lo contestamos al momento o no? ¿Avanzamos en esa cultura de aquí y ahora o demoramos la respuesta? ¿Admitimos la interrupción o no? Siempre he pensado que no hay respuesta correcta. La única que se me ocurre es «depende». Y ahí radica la madre de todas las batallas: depende.

Estoy con Wajcman en que hay un mantra muy extendido acerca de la maldad de las tecnologías por su potencial carácter perturbador en forma de interrupciones constantes. Pero esa visión tan simple esconde otros muchos aspectos relacionados con la productividad de cada cual. Resulta que en gran parte nos autointerrumpimos. ¿Y? Será cuestión de la dosis justa. Y me temo que cada cual admite cantidades diferentes 😉

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11 comentarios

Raúl Hernández González 14/06/2019 - 07:28

Las interrupciones tienen un beneficio y un coste. Depende de cada uno decidir cómo se organiza y dónde pone los límites.

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Julen 16/06/2019 - 07:12

Ya lo decía al final del artículo: «depende» 😉

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Ricardo_AMASTE 14/06/2019 - 23:55

«Depende» es un argumento recurrente, útil y/o inútil, perturbadoramente simple o/y perversamente liberador… Depende.
Para mí la clave no es la interrupción, sino mantener la atención suficiente necesaria. La «atencion» como un concepto abierto, extendido, poliedrico, pero que de algún modo se sabe-nota si se está manteniendo o perdiendo.

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Julen 16/06/2019 - 07:16

Yo siempre digo hay que llevarse suficientemente bien con la persona que somos. Y esto de autointerrumpirse, mientras no te lleve a desquiciarte detrás de un trabajo que no consigues ventilar, forma parte de nuestra forma de ser y estar en el mundo. Prefiero quitarle hierro a este mantra de que la fragmentación y las microtareas se están cargando no sé qué pureza virginal. Mientras, que cada cual lo gestione lo mejor que pueda.
Lo digo mientras soy consciente de que me autointerrumpo muchas veces. Pero no pasa nada, nadie dijo que tuviera que ser perfecto 🙂

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Menos mal que Felipe VI es caballero de la Orden Jarretera | Consultoría artesana en red 21/06/2019 - 05:31

[…] en la redacción de un informe, ahora que terminamos un proyecto de consultoría, cuando decidí autointerrumpirme y darme una vuelta por Twitter. Y ahí que veo al rey Felipe VI, que ya le han hecho, por fin, […]

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José Miguel Bolívar 01/07/2019 - 10:46

Muy interesante la reflexión, desde luego.

Yo añadiría que el concepto de «interrupción» es interpretable.

Por ejemplo, una persona usuaria de GTD te diría que las interrupciones no existen y que solo existen «inputs».

A lo que generalmente se le llama «interrupción», esa persona usuaria de GTD lo llamaría «input mal gestionado».

Creo que el problema es que se sigue usando terminología que describe un tipo de trabajo distinto del conocimiento.

La palabra «tarea» es un ejemplo de terminología obsoleta.

En GTD, por ejemplo, una «tarea» suele ser casi siempre un «proyecto», ya que se asume que completarla llevará una serie de pasos (acciones) entre los cuales habrá «interrupciones».

Esto, lejos de ser un problema, es una oportunidad de aumentar la efectividad aprovechando sinergias.

En fin, que como decía Drucker, en esto de la efectividad del trabajo del conocimiento seguimos en pañales…

Abrazo!

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Julen 02/07/2019 - 15:04

A lo mejor «input mal gestionado» es una necesidad… para saber que no todo merece la pena llevarlo a territorio «gestionable» por así decir. Parece lógico pensar que con la celeridad de los tiempos presentes, cada vez va a ser más habitual encontrar estímulos cuyo control es difícil. La forma en que «gestionamos» (o no) estos inputs, siguiendo la terminología GTD, es una cuestión importante para no generar excesiva tensión con uno mismo. No sé si me explico… 😉

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Juanjo Brizuela 03/07/2019 - 08:01

Revolviéndome mi manera de afrontar cada día laboral.
He escuchado recientemente en un programa de radio, un reportaje llamado «inmovilizados» que tiene relación con las veces que acudimos al móvil durante el día. Vale, efectivamente, no tiene que ver con el aparato sino por nuestra querencia de «mirar de manera continuada» si hay algo para nosotros.
Y esto de las interrupciones, no sé a qué y de dónde ha llegado, pero la verdad que preocupa. A mí al menos.
Quizá lo que deberíamos reflexionar sería más que si estamos en la época del conocimiento, creo que tiene que ver con eso de la concentración. Y eso sí que me parece que lo hemos perdido.

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Julen 05/07/2019 - 05:46

Relájate y disfruta, Juanjo. No queda otra. Y ahí, en esa relajación, a lo mejor llevamos mejor las interrupciones porque es el signo de nuestros tiempos. No sé, me temo que no nos queda otra que llevarnos bien con la época que nos ha tocado vivir… sin renunciar a cambiar lo que no nos guste, claro está 🙂

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Jaír Amores Laporta 02/08/2019 - 13:31

Hola! Aquí Jaír, de EfectiVida.
Muy interesante reflexión. Al final la clave está en el depende. Nos podemos liar a definir términos, o implementar sistemas, pero la clave está en qué hacemos con lo que nos impacta en un mundo cada vez más rápido y variable. Siguiendo el desarrollo de Zeigarnik, las interrupciones pueden ser hasta positivas. Y desde el punto de vista de la multi-tarea efectiva, nuestro propio cerebro desconecta funciones para atender otras. Así que coincido en que no hay que odiar las interrupciones, sino saber gestionar las bien. Muchas gracias por tu artículo. Me ha dado que pensar.
Saludos desde Las Palmas. Hoy con 31 grados. Pero hay playa…

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Julen 03/08/2019 - 17:12

Gracias por la aportación, Jair. Yo soy de los que piensa que cuando el mundo aprieta con las interrupciones no es cuestión de negar la evidencia sino de gestionarla

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