4- Moura – Beja #AlentejoMTB

by Julen

Poco antes de las seis de la tarde esperaba en la consulta de fisioterapia. Y a la hora punto ya estaba intentando explicarles qué es lo que me pasa. Muy sencillo: tras un golpe fuerte hace seis días, como consecuencia de una caída, tengo un dolor en la parte frontal de la rodilla que no me deja pedalear. Cada vez que la flexiono, ¡zas! Es ahí, en ese punto concreto. También me pasa al bajar escaleras.

Una chica muy amable me pregunta si podría ir al día siguiente también y me somete a pequeñas sesiones de magnetoterapia, ultrasonidos y laserterapia. Así que vamos a por la sesión doble. A las 10 de la mañana segunda y última. Y al día siguiente, miércoles, me tocará decidir si damos pedales o seguimos como coche de apoyo. Todo llegará.

De modo que de acuerdo a mi manera de pensar, lo aconsejable para llegar a Rey de la Montaña era poner cara de palo, incluso esbozar una sonrisa, mientras la procesión iba por dentro. Aguantar, que no trascendiera al rostro el sufrimiento interior y la fatiga física, era una baza segura para que el competidor desistiera de alcanzarnos. Nada desanima tanto a un corredor como observar que el contrincante realiza con la sonrisa en los labios algo que a él le supone un esfuerzo sobrehumano. Ponerme la máscara fue el secreto de mi éxito como escalador: ni piernas, ni boxes, ni garambainas.

El párrafo anterior es de Miguel Delibes, quien lo escribía en un pequeño relato con mucho encanto: Mi querida bicicleta. Tomamos nota. Cara de palo. Mindfulness.

Volvemos al relato de los hechos. Cené un delicioso polvo a lagarteiro. Recomendable de todo punto de vista el restaurante O Vermolhudo. Toma nota si pasas por aquí. Un local precioso, decorado con fotografías tradicionales con especial alusión al cante alentejano. Y si te gusta el pulpo, insisto: polvo a lagarteiro.

Amanecemos sin prisa porque hoy hemos programado segunda etapa Verano azul. Desayuno como si fuera a dar pedales. O me contengo o vuelvo con un par de kilos más. Afuera, mientras tanto, la niebla envuelve Moura, aunque se ve que levantará en breve. Poco antes de las 9 marchan Alberto y Juan en bici. Por mi parte, llevo las bolsas al coche, me ducho y para hacer algo de tiempo aprovecho a comprar aceite, una cinta de lomo, un queso curado de oveja y un par de pastillas de jabón. Todo ello en Casa Cavalheiro, un establecimiento emblemático atendido ya por su tercera generación. Si me quedo un poco más allí dentro, tengo que alquilar una furgoneta para cargar las compras. Eso sí, me llevo el mejor aceite del mundo. Estamos en Moura, por favor.

Subo para la clínica. Paro a tomar un cha preto. No hay cha preto. Pues un zumo de naranja. No hay zumo de naranja. Me conformo con un sumol de laranja, de sumo e polpa de fruta levemente gaseificado. ¿Tiene hielo? No hay hielo. Mindfulness.

Me temo que no hay mucho que hacer. La segunda sesión de fisio ha sido idéntica a la anterior y no veo ningún progreso reseñable. Cara de palo.

Quedo con los txirrindularis en Serpa. Departimos sobre la ruta y sus continuas interrupciones por pasos cerrados. No hago más que darle vueltas a si será asunto de los últimos tiempos. No puede ser otra cosa.

En fin, nos despedimos en Serpa. El siguiente punto de encuentro será en Beja, fin de etapa. Como buen servicio de apoyo, me ocupo de llegar antes, hacer la entrada en el hotel y llevarles las bolsas hasta el quarto. Me da tiempo a comerme una ensalada y callejear por el centro histórico, que presenta un cierto punto habanero, con fachadas desconchadas que vieron mejores épocas.

Quedo con Pili y Mili en un bar. Se han equivocado y han ido hasta otro hotel (¿?). Dicen que se han encontrado con una albufera en la que cientos de peces de buen tamaño se pegaban entre ellos allí al borde mismo del camino. A saber qué tipo de alucinógeno habrán ingerido a la salida de Serpa. Yo les sigo la corriente. Los hay que ven gigantes en vez de molinos y quienes ven cientos de peces en modo belicoso a la vera de una pista. Luego en una foto me han enseñado lo que parecía un pez fuera del agua. Sí, un solo pez. Esa era la prueba. Un pez. Pero, ya os digo, los había a cientos. Cuatro días de pedaleo les van haciendo huella.

Hasta aquí llega la crónica de hoy. La residencial Rosa do Campo es preciosa. Un alojamiento en un edificio de corte clásico con un atrio de techo acristalado al que da la escalera principal. La habitación también es muy coqueta. Mindfulness. Tranquilidad. Mañana más.

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Fotografías de la ruta cargadas en el álbum de Flickr.

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