Lanzarote y un par de no-lugares 25 años después

by Julen

Orzola

Aunque allá por 1996 fue la última vez que estuve en Lanzarote, fue solo por un día. Estábamos pasando una semana en Fuerteventura y cruzamos en el barco para aprovechar y pasar un día por esta isla, la de César Manrique. La vez anterior fue en 1991. Por eso, cuando uno llega a un lugar 28 años después, no puede sino mirar las cosas con cierta curiosidad. Entre medias habrá acontecido cierto progreso. Digo yo, ¿no?

Estamos en Costa Teguise. Pues bien, el lugar parece… cualquier otro lugar que haya sido colonizado por el turismo. No soy capaz de encontrar la diferencia. La oferta de pizzerías, restaurantes indios, americanos y el resto de restauración estandarizada que os imaginéis, está por aquí. Insisto, igual que en cualquier otra parte del planeta donde el turismo sea la voz cantante. ¿Progreso? Vamos a suponer que es una fuente de ingreso capaz de mover la economía. Sí, pero tengo mis serias dudas de que esto pueda denominarse progreso, al menos con una visión de mayor angular.

Aquel Costa Teguise que conocimos, hoy se ha multiplicado y su extensión deja espacios degradados a los que llegó la crisis. Por aquí y por allá puedes encontrar unos cuantos esqueletos de lo que quisieron ser nuevas urbanizaciones de apartamentos pero que se quedaron solo a la mitad. Impera cierta sensación de que es más de lo mismo. Eso sí, el target de la oferta queda negro sobre blanco: el turista europeo. La conversación de quien te atiende a la mesa se inicia en inglés. La estadística está para algo.

Aunque solo llevamos un par de días en la isla y no es que la sensación sea de ocupación plena ni mucho menos, la concentración en los lugares habituales es más que evidente: los Jameos del Agua, la Cueva de los Verdes o el Parque Nacional de Timanfaya congregan a las marabuntas. Es lo que hay. Seguro que habrá miles de rincones para no sentir la presión de la muchedumbre, pero la oferta es la que es y por ahí parece que hay que pasar sí o sí para decir que has estado en Lanzarote.

El día que llegamos, paseando por Playa Blanca, al sur de la isla, ya nos quedó claro que ese es el lugar de las parejas de jubilados europeos. Con mejor o peor salud, el paseo congregaba a una buena colección de cuerpos ya baqueteados por el paso de los años. El recuerdo de un pequeño puerto daba paso a una potente infraestructura de apartamentos y hoteles. Siguiendo por el paseo, al llegar al puerto deportivo, descubrimos un centro comercial a cielo abierto. No se me ocurre otra forma de denominarlo. Otra vez más de lo mismo: me sueltan allí, me preguntan dónde estoy y podría decir que en cualquier no-lugar.

La isla, claro está, da para mucho más que la habitual oferta repetida hasta la saciedad en panfletos divulgativos. Ayer mismamente en Orzola, al norte de la isla, tuvimos la sensación de llegar a un lugar con cierto encanto. Eso sí, con ese punto de dejadez tan isleño (al menos para alguien que viene de fuera). Nos quedan aún unos cuantos días por aquí y descubriremos que hay isla auténtica. No puede no haberla. Sin embargo, la sensación en Costa Teguise o en el puerto deportivo de Playa Blanca fue la misma: los no-lugares ganan terreno. Repletos de impersonalidad, nos lanzan de bruces a un progreso distópico.

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3 comentarios

amalio rey 15/03/2019 - 15:44

Julen, tienes una habilidad especial para producirme envidia cochina, de la mala, mala. Hace tiempo que quiero regresar a Lanzarote. Una pena lo que cuentas, pero ya me imaginaba. Siempre te quedara El Hierro, no?

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Julen 15/03/2019 - 16:11

En buena parte lo que escribo es por comparación con La Gomera o El Hierro

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Julen 24/03/2019 - 06:30

Sí, Amalio, El Hierro es como una quinta dimensión. Tengo que hacérmelo mirar porque allí pasa algo. No sé muy bien cómo expresarlo, pero pasa algo.

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