De la mano del Future For Work Institute, estaremos este próximo 23 de octubre en el Impact Hub Piamonte para compartir reflexiones en torno a la innovación abierta como camino hacia la competitividad. En la presentación que escribí para este seminario decía:

La competitividad viaja cada vez más de la mano de lo que las empresas sean capaces de hacer con su conocimiento. Frente a la obsesión por disponer del mejor departamento de I+D+i del mundo, algunas reconocieron que el mundo podía configurarse como su mejor departamento de I+D+i. La innovación abierta suma al conocimiento interno de una organización el que proviene del exterior, de sus clientes, de sus usuarios, de proveedores, de centros tecnológicos y universidades, incluso en ocasiones hasta de competidores.

Allá por finales del siglo pasado tenía una tarjeta que me presentaba como responsable de gestión del conocimiento. En aquel entonces trabajaba en Maier, un grupo empresarial perteneciente a la Corporación Mondragón, y eran tiempos de efervescencia de todo lo relacionado con la gestión del conocimiento. Hoy, casi veinte años después, hay que leer la realidad con gafas actualizadas. La economía ha sufrido más de una convulsión y las reglas de juego parecen reescribirse cada poco tiempo. Sin embargo, hay algo que parece mantenerse contra viento y marea: necesitamos disponer de la mejor información posible, sea en forma de datos masivos o de otras muchas formas a veces complicadas de entender.

En estos veinte años hemos visto nacer los grandes portales de innovación abierta. Innocentive aparece en 2001 en busca de resolver una serie de retos lanzados a la comunidad. A día de hoy, según se puede consultar en su sitio web, acogen a cerca de 400.000 solvers de casi 200 países diferentes. La plataforma ha resuelto más de 2.000 desafíos a través de 162.000 propuestas con unos premios que superan los 20 millones de dólares. La innovación abierta -este tipo de innovación abierta- está asentada y busca optimizar el uso del conocimiento de cualquiera que quiera participar del asunto: la zanahoria económica sigue funcionando.

Comento el caso de Innocentive, pero hoy son muchos los ejemplos de innovación abierta que podemos poner sobre la mesa. En nuestra facultad contribuimos en su día con OpenBasque, un proyecto muy ambicioso para modelar qué era y cómo se llevaba a la práctica la innovación abierta. El estado del arte muestra a una serie de gurús convencidos de que abrir la innovación conduce a una mejor competitividad de los negocios. Con Chesbrough a la cabeza, la lógica se impone: no renuncies a utilizar también el conocimiento que está ahí fuera. Debes sumarlo al que dispones con tus propios recursos. El talento está dentro y fuera de la empresa, pero en tiempos líquidos puedes conseguir que fluya de acuerdo con tus intereses.

Mi investigación doctoral se ha centrado en un caso particular de la innovación abierta: la que procede de las personas usuarias de los productos y servicios que las empresas ofrecen. Hoy en día existe una amplísima corriente de investigación para hacer realidad lo que Toffler ya introdujo hace muchos años: la pasión que el prosumidor despliega en torno a sus aficiones. Más allá del conocimiento y la innovación que pueden ser inventariados en las estadísticas oficiales, la ciudadanía de a pie investiga en sus talleres domésticos. Y este conocimiento puede que no esté, ni de lejos, inventariado. Sabemos que existe en grandes cantidades, lo intuimos, pero es muy difícil cuantificarlo. La dimensión de esta pujante economía doméstica (el universo maker y la cultura del do it yourself, por ejemplo) es un cierto misterio.

Von Hippel publicó el pasado año Free Innovation, un libro en el que da una vuelta de rosca más en esta dirección: ¿puede estar ocurriendo que lo que las personas usuarias hacen en la economía doméstica suceda en un plano diferente al de las empresas y que sean universos que se excluyan? Desde luego que las motivaciones son muy diferentes, pero no, en el fondo, debe haber espacios de colaboración. Von Hippel plantea dos paradigmas diferentes: la empresa innova de la mano de sus necesidades de mercado y con fines muy dirigidos, mientras que el usuario lo hace «porque sí», porque le apetece. Y es entonces cuando volvemos a la misma pregunta que hizo nacer Innocentive: ¿cómo sumamos el conocimiento de las dos partes?

En cierta forma hoy lo podemos explicar con la Wikipedia. Sí, volvemos a ejemplos clásicos, pero pasa el tiempo y el fenómeno continúa. Un ingente volumen de información procedente de miles y miles de personas se ha canalizado en un producto único. Frente al conocimiento experto y sus reglas, la ciudadanía ha aportado lo que le ha venido en gana. ¿El camino del «porque sí» y el camino guiado por ventas y objetivos económicos pueden confluir? No hay duda: la respuesta es sí. Claro que la gestión de este extraño mix requiere tiento y diría que autenticidad en cuanto al marco de relaciones que se propone.

Vivimos en una época en la que buena parte de nuestra sociedad se define por el consumo que realiza. Sí, donde antes había iglesias hoy hay centros comerciales, ya lo dijeron Jonas Ridderstrale y Kjell Nordström en Funky Business. La fe se desplaza hacia la realización personal y las marcas hurgan en lo más hondo de las aspiraciones de los individuos. Por ahí se dibujan nuevas reglas. En el fondo necesitamos seguir creyendo que nuestras vidas tienen sentido; solo que ahora nos traspasan día sí y día también miles de mensajes entre los que hay que discernir. La competitividad viaja cada vez más de la mano de entender cómo y por qué una persona está dispuesta a aportar su conocimiento a una institución. Cada vez más se trata de comprender a las personas, su conducta individual y en grupo. Psicología, sociología, antropología, disciplinas para la competitividad. También.

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