Antropología ciclista: érase una vez Alejandro Valverde

by Julen

Alejandro Valverde

Reconozco que desde esta parte del sur de Islandia, escuchar hablar a alguien con acento de Murcia o de Granada me conduce enseguida a imaginar gente del campo, vida dura, esfuerzo y dificultades. Esas vocales tan abiertas me trasladan a una especie de universo paralelo donde nada se regala. Sí, imagino gente curtida por la vida al aire libre, con manos encallecidas y el ceño fruncido para soportar el sol y los rigores de un clima inmisericorde. Ya, son prejuicios, es evidente.

Alejandro Valverde acaba de ganar el campeonato del mundo de ciclismo en ruta a los 38 años. Escuchaba en la radio, mientras conducía ayer de vuelta de la reunión anual de la TransAndalus, que era el lo había conseguido con más edad. Nada de eso. Ahí estaba hace unos cuantos años Joop Zoetemelk. El ciclismo profesional parece estirar la vida útil de los deportistas: Chris Horner ganó la Vuelta a España en 2013 con casi 43 años. Y comiendo hamburguesas y alguna que otra extravagancia. Podéis recrearos leyendo el capítulo que le dedica Ainara Hernando en su popular Por amor al ciclismo, publicado por Cultura Ciclista.

Valverde, con el tiempo, ha terminado por ser «El Bala». Da igual que caigan hojas del calendario. Parece que su punta de velocidad sigue ahí porque le ha servido para ganar al sprint a sus otros tres compañeros de baile en la escena final de este campeonato del mundo. Algo extraño. Porque que la edad suele conducir a la resistencia mientras deja a un lado poco a poco la chispa del esfuerzo supremo y puntual. El Bala lloraba y no era para menos. Le faltaba el maillot arcoíris y ahora, por fin, ya se puede retirar tranquilo, según decía. Pero no parece que eso sea a corto plazo. De por medio quedan las Olimpiadas de Tokyo 2020. ¿Se retirará con 50 años? Ojo, que hay más ejemplos, como el de Jeannie Longo, que asustan.

El éxito de Valverde merece, al margen de lo deportivo, una reflexión de tipo antropológico. Hay que contextualizarlo en esta época. Pasó por el infierno de la suspensión por dopaje, envuelto en la famosa Operación Puerto, uno de esos momentos realmente oscuros del ciclismo. Y resurgió de las cenizas. Volvió a la élite y siguió ganando. Los años de confesión abierta de Anquetil o incluso los problemas de Merckx parecían formar parte de otra época. Valverde seguramente ni puede ni podrá confesar nada, sea cual sea su implicación. Me imagino su actitud: fiarse de los médicos, cerrar los ojos y pensar que todo servía para seguir ganando.

A mí, personalmente, me encantaría que Valverde algún día explicara ese paso temporal por el infierno. Sobre todo porque él, como campeón, puede dar ejemplo de esos sitios que conviene evitar. Él, que fue sancionado, fue capaz de continuar de otra forma. Los límites del esfuerzo humano juegan con la delgada línea de lo legal y lo ilegal, pero ahí importa sobre todo la salud. No puede servir un éxito a cualquier precio. Valverde es, seguro, un ejemplo de perseverancia, de esfuerzo, de trabajo duro, de sacrificio. Esa chispa de velocidad, ese don, también ha debido trabajárselo con duras jornadas al sol y a la lluvia.

Imagino a un jornalero del campo. Imagino a Valverde. Sirve para dignificar el esfuerzo. El Bala con un don como muy pocos atesorarán. Sí, pero después llega la decisión de una vida dedicada a tu profesión, algo que quizá un gregario como Charly Wegelius sea capaz de hacernos entender. Al margen de la «suerte» de disponer de un don, luego hay que asomarse al precipicio: la sanción por dopaje, las tremendas caídas como la de etapa prólogo del Tour de Francia 2017, los días de lluvia, los entrenamientos extenuantes, una educación sacrificada por ser profesional del ciclismo y un largo etcétera.

Dicen que Alejandro Valverde es un tipo que cae bien. Todo el mundo parecía querer que ganara. Ya, claro, sus contrincantes no. Pero a lo mejor si alguien podía ganarles, mejor que fuera Valverde, un tipo de 38 años que llevaba demasiados años persiguiendo su sueño. Ya está, ya lo tiene. No sé si sufrirá depresión postmundial, pero yo lo miro y desde esta enorme distancia, se me antoja un ser humano básico al que hay que entender desde sus orígenes y en su contexto. Supongo que como casi todo, pero ahora que está en la cima de la popularidad será momento de releer el capítulo que le dedica Ainara Hernando en el libro que citábamos antes, Por amor al ciclismo (pág. 82):

Bajo la calor del sol murciano todo se pospone para el atardecer. Cuando caía el sol en los veranos achicharrantes, Juan Francisco y su padre comenzaron a llevarse al pequeño Alejandro en sus excursiones. Tenía solo 5 años, pero ya contaba con una bicicleta de carreras a escala. Con ella se marchaba por las noches junto a su hermano y su padre. De Las Lumbreras, en el punto de encuentro de la carretera entre Murcia y Alicante donde vivían, hasta Monteagudo y vuelta a casa, donde despierta, fuera la hora que fuese a la que regresasen, esperaba María hasta que llegaran sanos y salvos. La verdad es que ella hubiera preferido que siguiera con el balón entre las piernas, su niño Alejandro le ponía de veras voluntad a eso del fútbol. Pero era un auténtico negado.

La imagen es de Laurie Beylier en Flickr.

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2 comentarios

Nick 01/10/2018 - 15:26

«…me encantaría que Valverde algún día explicara ese paso temporal por el infierno. Sobre todo porque él, como campeón, puede dar ejemplo de esos sitios que conviene evitar. Él, que fue sancionado, fue capaz de continuar de otra forma…»

Estooo, ¿dio positivo? no, no dio positivo. Nunca dio positivo. Encontraron su sangre en una bolsa. No han vuelto a encontrar otra. No sabemos si continuó de otra forma… o de la misma. Quizá con bolsas más pequeñas. Quizá ya no hacen falta bolsas.

La confianza de los aficionados en que ganara ese sprint era casi nula:

https://twitter.com/cronoescalada/status/1046467843498397699

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Julen 01/10/2018 - 16:19

Fue sancionado.
Por eso me encantaría que explicara cómo fue ese tránsito por las tinieblas, porque no lo sabemos, y me parece que colocar luz sobre esos momentos ayudaría a que otra gente, en sus carreras profesionales, no tuvieran que pasar por ahí. En general, suelo ser muy crítico con el deporte de élite. Siempre me parece que esas dedicaciones tan intensas desde edades muy tempranas corren el riesgo de fabricar monstruitos.

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