La causa solidaria, ese oscuro cajón de sastre

by Julen

Installation, Baton Rouge

Parece que antes no había que recurrir al capitalismo emocional. Parece que antes hubo una época en que los productos eran de calidad o no lo eran. Una época en la que el producto tenía sentido en tanto que satisfacía una necesidad. Parecía existir un equilibrio -supongo que con cierta inestabilidad, pero equilibrio al fin y al cabo- entre lo que se entregaba como producto o servicio y lo que alguien podía esperar. Algo así como una cierta transparencia derivada de un mundo con necesidades evidentes.

Hoy el producto queda muy atrás. Hemos ido pasando pantallas y ahora parece que hemos llegado a la nebulosa del capitalismo emocional, profundo, sentimental o incluso artístico, que diría Lipovetsky. En este escenario, todo es más difícil de interpretar. Un simple gesto, una mirada, una llamada a nuestra esencia como seres humanos. Esto es lo que se usa para vender.

Olvida lo de ganarte la vida con el sudor de tu frente. Ahora tiene que ver con tocar el corazón de la gente. Sí, te ganarás la vida haciendo lo de siempre, lo que sea, pero sobre los cimientos de la causa solidaria. Da igual que el reto sea de facturación pura y dura (no te preocupes, nunca nos lo dirán) o un simple reto personal. ¿Que quieres irte a dar pedales a la Patagonia o hacer la Ruta de la Seda? No hay otra manera: lo vas a hacer, por supuesto, por una causa solidaria. Lo primero es lo primero. Faltaría más.

Es el marketing moderno, sensiblero y rompecorazones. La empresa se tiene que vestir de emoción, de experiencia, de aspiración. Hay que sintonizar desde lo más íntimo. No puedes ser mala persona y no contribuir a una causa solidaria. ¿Acaso no tienes conciencia?, ¿no se te revuelven las entrañas? No puedes permanecer insensible. Cualquier persona de bien lo haría. No puedes ser ciudadana o ciudadano sin alma.

Eso sí, los daños colaterales de diferencias abismales en retribución, las multas por saltarse normas básicas de competencia o por vender nuestros datos al mejor postor son pequeños gajes del oficio de engañar con los que hay que lidiar. Lo que importa es que vamos a contribuir, tú y yo, a esa causa solidaria irrechazable. En la liga de la conquista del corazón, a ver quién la tiene más grande: vamos a romper moldes, seremos récord Guinness de solidaridad. Venga, que traigan el medidor.

En definitiva, por si no lo habíamos percibido, el juego es simple pero perverso. Primero estropeo el mundo, primero genero la enfermedad, primero provoco el sufrimiento. Sin esa materia prima no tengo negocio. Más allá de que transforme materias primas físicas en productos manufacturados o de que preste servicios para este moderno primer mundo; más allá de estas evidencias, necesito una causa solidaria. Son las reglas del capitalismo emocional. Bajo muchas diferentes denominaciones. Pero ahí nos han dado: en el corazón. O eso dicen.

P.D. Vaya por delante que si al final lo que se haga redunda en que alguien viva mejor, perfecto. Y, por supuesto, entre tanta mierda que nos quieren colar, hay causas que se lo merecen todo.

La imagen es de Floodwall Project en Flickr.

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