Figueres es un final de etapa bien diferente a los anteriores. Dalí aparece por todas las esquinas. En el hall de nuestro hotel, sin ir más lejos, manuscritos suyos se reparten por las paredes junto a fotografías de diversos momentos de su vida. No queda otra que acercarse al teatro-museo y, aunque siendo lunes estaba cerrado, contemplar el edificio con sus característicos huevos, los panes y el resto de delirio decorativo. Lo dicho, Dalí, su vida y obra everywhere en Figueres.
Hasta la fecha, como comentaba ayer, el tiempo está fantástico. Es un lujo pedalear estas etapas así, disfrutando de los horizontes culminados por las nieves de los Pirineos. La primavera nos regala una amplísima gama de verdes: cereales, hierba, pinos, hayas, robles o encinas alegran la vista. Los recorridos nos han confirmado lo que ya suponíamos: esta es de las mejores rutas en la península para disfrutar de variedad en un territorio relativamente pequeño en extensión. Como una Transandalus en miniatura aunque sin cerdo ibérico… ni maritoñis.
Desayuno buffet en el hotel. Palabras mayores para unos ciclistas en ruta. Cumplido el trámite, hacia la costa, subiendo antes a dos atalayas para comprender la comarca que pedaleamos. Antes, entre los campos de cultivos, algunas granjas de pollos que amenizan el pedaleo con su dulce fragancia. Y un tractor esparciendo mierda -perdón, abono- con fantástica precisión. Toda una secuencia de olores, como podéis adivinar.
Las tachuelas, antes de llegar a la costa, pasan deprisa y enseguida alcanzamos Llança. Desde la segunda de las lomas, de repente, aparece el Mediterráneo en una curva a la izquierda. La bajada es rápida. Alberto para un momento en un garaje de motos y bicis para ver si le pueden echar un cable con un ñaca-ñaca que lleva en la bici. En tres palabras: ni puto caso. Ale, a hacer el oído a ese dulce tronar de la bici.
En dirección al Port de la Selva bajamos a la playa de Cau del Llop. Foto de rigor para dar envidia y comenzamos un entretenido paseo de varios kilómetros pegados al mar. Al llegar a Port de la Selva nos tomamos algo en uno de los muchos chiringuitos que dan fe de que el turismo es lo que manda.
Desde aquí el plan es seguir un GR que nos conducirá hasta el Cap de Creus. El viento pega fuerte, pero escondidos entre una orografía juguetona, se lleva bien. Toca hacer algo más de un kilómetro de empujing porque el sendero se vuelve inciclable. Antes tenemos una pelea a muerte con un abejorro. Algunos juramentos y salimos victoriosos. Al salir a la carretera asfaltada que va al cabo el viento arrecia porque vamos más expuestos. Una buena jauría humana ha pensado como nosotros, que era buen día para acercarse aquí. Unas fotos y pies, -bueno, pedales- en polvorosa.
Hay que ir hasta Cadaqués pasando por Port Lligart. Llegamos y nos damos un festín gracias a Can Rafa, donde su dueño, compañero de fatigas de un buen amigo de Alberto, nos invita a unos auténticos manjares: un atún exquisito y unas anchoas finísimas, además de unas coquinas, gambas y calamares. Sí, dura la vida del ciclista. Por cierto, Can Rafa es toda una referencia de buen comer y también cuenta con oferta de alojamiento en la Masía Perafita.
Total, que son las cuatro y media y estamos aún en Cadaqués. Decidimos hacer trampa y llegar a Roses por carretera tras subir el puerto que separa ambas poblaciones. Nos sirve para caer en la cuenta de que es zona de ciclismo de carretera y de que ¡hay mucho tráfico! Una reparadora bajada final nos deja en Roses. Nuestro hotel está frente a la playa. A disfrutar del descanso tras más de siete horas de pedaleo.
No incluyo datos de Garmin porque, como sucede de vez en cuando, el aparato se ha apagado a media etapa y he perdido los datos. Los que veis aquí abajo son del GPS de Alberto.
Distancia: 82,48 kms. Tiempo de pedaleo: 7h 02min. Desnivel acumulado: 1.427m.
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