El parque

by Julen

Con el tiempo lo ves como un universo en sí mismo. Un sistema cuyas partes son mezcla de planificación y azar. Caminos oficiales y caminos viciosos, usos y costumbres que se recodifican con el transcurrir de las épocas. Hay, no obstante, ciclos escandalosamente poderosos y regulares, como el que imponen las estaciones. Todo predecible pero con todo allá dentro se esconden multitud de sorpresas.

Los bancos son anclas que fijan referencias. Farolas, papeleras, los mismos árboles. Piezas de un orden pensado. Gente mayor. Niñas y niños gritando, corriendo, persiguiéndose. Gente mayor a su paso o sentada, hablando de la vida. Vida en su sentido más amplio, incluyendo muerte y enfermedad como actos funfamentales. Operarios municipales con sus enseres de limpieza. Madres, muchas madres. Algún que otro padre.

Los abuelos junto a los nietos, un corrillo de chavalería, sillas de ruedas moviéndose con pereza. Gritos y también murmullos, algunas bicis y los eternos balones. Rayas y dibujos en el suelo que definen las reglas del juego. No vale pisar. Por alguna esquina escondida las hormonas revueltas de la adolescencia. El parque en estado puro. 

Y patos, cisnes y palomas. Sí, un espacio para aves. Una pequeña cárcel que quizá necesite demasiado mantenimiento porque aparece y desaparece según temporadas. Y un conejo, esquivo y huidizo. Pero animales de verdad son los perros. Casi tanto como los humanos. Perros enormes, diminutos, vulgares o todo nervio. Perros atados, perros sueltos. Niños atados, niños sueltos. Ancianos atados, la mayoría. A sus limitaciones. El parque se repliega sobre sí mismo y lo engulle todo. Un universo en sí mismo, tan lógico e imprevisible.

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