La palabra no. No puedo. ¿No quiero? ¿Por qué? Miles de mensajes alrededor para que superes algún supuesto trauma con el que convives desde hace años. Me dicen que sí, que puedo, que debo. Pero en este otro lado, en el del bloqueo, no veo razón para cambiar. Es parte de mí, de mi imperfección y de mi humanidad.
Sin embargo, las trompetas épicas suenan por todas partes. El mensaje de los tiempos contemporáneos es insistente. Una llamada a la acción, a romper mis límites, me dicen. ¿Acaso me hace falta? No lo sé, pero me lo repiten cada día. No hacen sino provocar esa sensación de que debería estar mal conmigo misma. Y no es el caso. ¿Por qué insisten?
Aprendí a disfrutar de cada pequeño fracaso. Un motivo más para bajar a la arena de la normalidad. Allí donde te reconoces y al mismo tiempo reconoces a mucha otra gente como tú. Un sitio repleto de seres que pelean contra el éxito y las luces de neón, un sitio para esconderse del mensaje oficial. Una solidaridad curiosa, la que surge de la vulnerabilidad.
Así que hay que pelear, sí. Pero pelear contra la uniformidad del éxito, contra el modelo único de tú puedes, tú lo vales, tú te lo mereces. Textos surgidos de algún despacho que han invadido mi imperfección. Da igual quién seas, cualquiera hoy vive en el teatro de la felicidad. Esa que han construido para que luches por ella, no importa quién seas o de dónde vengas. Sé feliz. Y yo con mis bloqueos. Defensas activas, vete tú a saber por qué.