Otra vez. He perdido la cuenta. Insisto y sé que lo volveré a hacer. Al otro lado nada. Pero no hay otra. De nuevo. Vuelvo sobre mis pasos, lo repaso y no tengo duda alguna. La enésima vez siempre espera a la siguiente. No hay manera de resolverlo. Solo queda avanzar en el sinsentido.
Empezó con una gestión sencilla. Pero había un error. Y entonces llegó la lógica de la corrección. Sí, corrige. Pero no hay forma de hacerse entender. De nuevo al punto de partida. Casilla treinta y uno. Un pozo sin fondo que te devuelve a la ilógica del error.
Lo explicas. Aportas argumentos. Es un error sencillo, de esos que cualquiera entiende. Recuerdas las clases en las que se hablaba de empatía. Lo intentas. Al otro lado. ¿Qué puede estar pasando al otro lado? Algo se te escapa. Debe de ser cuestión de paradigma. Existen otros y no te reconoces en ellos. Lo remiras, lo lees, no puede ser.
Llega otra comunicación. Con el mismo error, con los mismos datos. Se te escapa una sonrisa en los labios. El bucle conduce al sinsentido. Un barrio repleto, gente que abarrota las aceras. Casi no se puede dar un paso. Rostros indescifrables, miradas al vacío. Insistes, preguntas, no lo vas a dejar pasar. Un mal sueño. La vida real. Al final te engañas.