4- Villanueva de los Infantes – Almagro #DonQuijoteMTB

by Julen

Aunque, según dicen, esto no es frío ni nada que se le parezca, corría un aire que te ponía firmes a última hora de la tarde entre las calles adoquinadas del centro de Villanueva de los Infantes. El pueblo (bueno, en realidad fue declarada «ciudad» a finales del siglo XIX) rebosa de casonas blasonadas, palacios, iglesias y dispone de una plaza mayor bien coqueta, con sus soportales, ayuntamiento, iglesia y su obra escultórica dedicada a esos dos personajes que a estas alturas de partido de sobra sabéis quiénes son. La iglesia, de considerable tamaño, está dedicada a San Andrés, pero actualmente no se puede visitar porque andan de obras. Una pena.

Se veían grupos de turistas, con su guía correspondiente, que escuchaban atentos los detalles de la historia –aquí hay quienes sitúan el archifamoso «lugar de La Mancha» cervantino– y de la arquitectura del lugar. Y es que me temo que, a día de hoy, la opción es turismo y sus servicios conexos, o agricultura. No hay mucho más donde elegir si quitamos el comercio local, la tercera alternativa, pero muy limitada. Mirando estadísticas demográficas en la Wikipedia aquí también disminuyó brutalmente la población en los años sesenta. Pero, en fin, no hay duda de que el pueblo ofrece atractivo turístico y es lógico que en torno a él se organice buena parte de la «nueva economía».

Después de unos cuantos paseos en busca del interior de una triste iglesia que llevarme a la vista, no hubo forma. Todo cerrado, vaya usted a saber por qué. La opción B consistió en admirar las portadas de las casas señoriales y en observar un comercio local «de toda la vida» con más de un escaparate apuntando ya, claro está, al período navideño. Y daba igual que fuera ferretería, textil o deportes. La Navidad es lo que tiene, que trae un Niño Jesús bajo el brazo, pero sobre todo la esperanza de unas buenas ventas.

Pactamos el desayuno a las ocho y media, muy tarde para mis costumbres, pero parece que la etapa de hoy también será llevadera y en principio ya sin lluvia prevista. Así que nos permitimos una licencia en esta vida nuestra dedicada al sacrificio y la contemplación montados a lomos de una Orbea Oiz, a mayor gloria del cicloturismo de montaña. Ya, se te va un poco la olla. Seguro que has escrito esto antes de desayunar con las tripas insurgentes nublándote la razón. Menos mal que el desayuno ha sido de esos que sacian en cantidad y calidad.

He estado callejeando con la bici un rato antes de tomar la pista que conduce hacia San Carlos del Valle. ¿Callejeando? Sí, lo que pasa es que te has liado dos o tres veces como un pavo antes de acertar con la salida del pueblo. Bueno, no se va a enterar nadie. Así que, después de callejear, enseguida entramos en unas pistas de color rojo profundo. Con el sol de esta primera hora del día hay que dar el brazo a torcer: los campos están preciosos. El cereal comienza a salir y verdea con sus brotes el rojo de la tierra. Al fondo, las lomas con su consabido parque eólico mientras viñas y olivos predominan en esta inmensa llanura.

Como quiera que poco a poco vamos descendiendo y que el viento pega sobre todo de cola, la velocidad de crucero es considerable. No importa que las pistas de vez en cuando se embarren. Me encuentro con varios cazadores y sus galgos. No veáis el susto que me han dado cuando, por la misma pista por la que venía, me han adelantado tres de ellos a toda pastilla. No sabía que era, he oído un ruido extraño y para cuando me daba la vuelta ya me estaban sobrepasando como cohetes. En fin, cosas del campo.

San Carlos del Valle tiene una plaza de lo más coqueto, pero no había forma de hacer una buena foto por el contraste de sol y sombra. Mejor enlazamos una de las miles que le habrán hecho. Decido seguir viaje hasta la siguiente pedanía, que no pueblo. Se trata de La Consolación, un estrafalario poblado de los típicos de la época de Franco. El aspecto es inconfundible. Allí al lado cruza una autovía. Paro en un bar que es también hotel, muy limpio y bien atendido por las típicas camareras de la Europa del Este. Todo un estándar de la hostelería nacional a estas alturas. Me tomo un té, analizo lo que queda de etapa y ale, tira millas.

Se continúa por el típico puente metálico sobre la autovía y al de poco de nuevo se retoma la pista que, poco a poco, tiende a subir. Tras pasar una loma nos unimos durante un par de kilómetros al asfalto, pero otra vez enseguida se coge una pista agrícola a la derecha. ¿Agrícola? Pues sí, máquinas trabajando entre las viñas. Conclusión: me meto en un fangal de órdago. No sé si seguir o dar la vuelta. Sigo. Buena decisión porque enseguida cambia el piso y accedo a otra pista de tierra y grijo compactado. Sin embargo, todavía me esperaban otro par de tramos delicados con barro.

Volvemos a la normalidad con la bici en plan croqueta de arcilla. Así llegamos a Bolaños de Calatrava, ya muy cerca de Almagro. En la gasolinera de la entrada tienen estropeado el lavadero. Bien. Nos acercamos al famoso castillo de Doña Berenguela con su espectacular torre del homenaje. Cerrado, que es festivo. A ver qué te creías.

Y al fin, Almagro. Lo primero es lo primero: a lavar la bici. Lo segundo: la plaza mayor. El sol acompaña y las terrazas que lo reciben están casi repletas. Enfrente, las que viven a la sombra, desiertas. Ley de vida, los caracoles, al sol. Me acurruco en una esquina y me pido de ración un pisto manchego, todo sea por homenajear a esta tierra.

Mañana última etapa. Regresaremos a Puerto Lápice, cuatrocientos kilómetros después. Hasta luego.

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3 comentarios

Alberto 06/12/2016 - 16:33

Buen post, Julen. Se nota que lo estás pasando bien, bandido!!!

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Julen 07/12/2016 - 21:34

Se hace lo que se puede 🙂

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