Estoy disfrutando estos días de la lectura de La tierra de las segundas oportunidades: el imposible ascenso del equipo ciclista de Ruanda, un libro escrito por Tim Lewis y que llegó a mis manos como un detalle de Juan Manual Muñoz Luque. Como quiera que la tesis doctoral sobre bicicleta de montaña se enfoca desde las ciencias sociales, estoy descubriendo algunas pequeñas joyas en esta narración. Al margen de las que tienen que ver con Tom Ritchey, uno de los pioneros del MTB e involucrado en este proyecto en Ruanda, extraigo un texto que evidencia a través de una anécdota el profundo sentido colectivo de los protagonistas del libro: los cinco integrantes del equipo ciclista nacional ruandés.
Para contextualizar el texto, os cuento que estos cinco ciclistas marchan por primera vez de Ruanda acompañados de su entrenador, Jock, a Estados Unidos. Era su primer viaje fuera del continente africano y evidentemente la realidad del supuesto primer mundo les extraña sobremanera. En esta circunstancia Tim Lewis, el autor, relata la forma en que se sentaban todos juntos en un autobús que disponía de un espacio muy amplio.
Sin embargo, a lo que los ruandeses volvían una y otra vez durante nuestras conversaciones, era al espacio. En la densamente poblada Ruanda, solo los muy ricos podían tener algo de espacio. Las familias vivían juntas, mientras que los hermanos y amigos compartían cama; la privacidad no existía. También era algo que estaba muy arraigado. En Tucson, Arizona, Jock alquiló una furgoneta Ford Econoline de dieciocho asientos. Había un espacio más que suficiente para desperdigarse, cada ruandés tenía prácticamente una banqueta, pero se apiñaron juntos en una sola fila. Esto era común por toda Ruanda; la gente se sentaba a presión en los autobuses locales; de hecho a estos vehículos se les denominaba twegerane, o «vamos a quedarnos pegados». Un día intenté explicarle a mi intérprete, Liberal, que la mayoría de los británicos tenían el profundo deseo de no sentarse al lado de nadie en el transporte público. Se rió, y pronunció una variación de algo que había escuchado muchas veces en Ruanda: «Esa vida individualista -como la que tenéis en Europa- aquí no la tenemos».
Una manifestación de este rasgo comunal es Umuganda. Desde la época colonial, los ciudadanos realizan servicios comunitarios obligatorios el último sábado de cada mes. Durante esas mañanas, las carreteras quedan vacías, el transporte público se paraliza. Si la casa de un vecino, por decir algo, ha quedado dañada por un corrimiento de tierras, una cuadrilla se organiza para arreglarla. Se espera que los doctores -o cualquiera con habilidad especial- ofrezca sus servicios gratis durante los días de Umuganda. Todo el mundo, con una edad comprendida en tre los 18 y los 65, está obligado a contribuir -incluso las nuevas estrellas de Team Rwanda. Así que cuando Jock les dio instrucciones de trabajar juntos para mejorar como grupo, ese era un mensaje que en realidad ya llevaban en su ADN desde el comienzo mismo de sus vidas.
El libro, por cierto, me está encantando. Menos falta que aún falta la mitad para llegar al final. Una historia diferente en un país del que lo más le suena a uno es su genocidio. Pero hay más, como no podía ser de otra manera. Mucho más.
4 comentarios
Ayer 6 de abril se cumplieron 22 años del holocausto ruandés
Tremendo lo que ocurrió allí, no hay duda 🙁
Me ha encantao la historia. Gracias
El libro entero está muy bien, la verdad. Me ha encantado.