Quedan tantos sitios por pedalear. Cielos que se empeñan en jugar con el camino para cambiar su tonalidad. Al final una curva a la izquierda mientras el sudor resbala por la frente y llega dulzón hasta los labios. El asfalto rugoso. El paisaje envuelve. Las piernas continúan con su trabajo. Una faena oscura, constante, sin prisa. La imaginación a toda máquina.
La bruma se despereza a medida que el día avanza. La mañana fría me esperaba tranquila. Un fresco que se fundía con el cuerpo al sentirlo en la cara con las primeras pedaladas. Una ruta para hacerla en silencio. Si acaso, el sonido de la respiración pausada. Los caminos esperan y cuando los saludo me hacen una reverencia. Nos entendemos. Estamos a solas.