Caminos transitados

Uno cree que lo que hace es hasta cierto punto original. No tanto porque parta de un folio en blanco cuanto por el simple hecho de remezclar todo de forma única. Un camino, aunque sea mil veces transitado, siempre encierra detalles diferentes. Y no tanto por el camino en sí sino por nuestra forma de vivir cada momento. El mismo tránsito. No, no puede ser el mismo.

Pasa cuando las cubiertas de las bici se empeñan en conducirte por el mismo paso entre piedras. Hay más opciones pero casi siempre eliges la misma trayectoria. Debería ser como la vez anterior. Pero siempre hay algo que lo cambia todo. La humedad, el sol, la brisa, el sudor. La misma rueda por el mismo surco se empeña en reivindicarse diferente cada vez.

Por eso no importa repetir. Es actitud. No hay otra manera. El camino sigue esperando y tú, puntual a la cita, te empeñas en volver sobre él. Conoces cada recodo, cada curva, cada pendiente. Todo tan familiar. Una larga relación que deviene en un mutuo respeto. El camino dispuesto a darte paso. Tu esfuerzo como moneda de cambio. Y como si de algo mágico se tratara, el momento vuelve a resultar diferente.

No hay duda de que forma parte de algún tipo de patología. No es muy normal esa obsesión por intentar ser original cada vez que transitas por el mismo camino. No tiene sentido. Nada hay para ganar, nada para sentir orgullo. Una banalidad que se hace hueco en tu conciencia. A base de repeticiones, a base de comprometer tu higiene mental. Pero todos sabemos que lo volverás a hacer. Volverás a ese camino tan transitado.