CárcelCada vez más a la vista, cada vez más presentes. Lugares que reniegan de su condición. Hormigón, pasillos, cristaleras, un envoltorio de progreso descorazonador. Pura cosmética carente de significado. Florecen por todas partes para simbolizar los momentos de paso, los momentos desde aquí hacia allá. Lugares que evidencian otra manera de ubicar a los humanos.

¿Dónde si no acabar perdido? ¿Dónde sentir la prisa del momento, la angustia de que vamos tarde? No hay rincón en el que disfrutar, nadie se acordó de pensar en la tranquilidad, la de verdad. Da igual que el edificio tenga una firma de prestigio por detrás, da igual que la historia intente ubicarlo entre los grandes logros. Tan solo quienes viajan pegados a su miseria personal consiguen sentirlos como propios.

Están por todas partes. Se mimetizan con la ciudad, con la vida misma. No se sienten ni se padecen, no libran ninguna batalla, no esperan a los humanos. Han generado su propia vida, son sus propios inquilinos. El lugar de paso que representa como ningún otro artificio la liquidez de la vida presente. El camino se vende como el único lugar. No importa de dónde vienes. No importa a dónde vas.

Así que la historia se detiene en estos extraños hogares de los tiempos contemporáneos. Nadie quiere ser responsable. Están ahí porque pueden. Están, dicen, para quedarse. Son la manera en que la arrogancia de la humanidad paga a sus inquilinos. Lugares dispuestos a sobrevivir a las personas. Cárceles con puertas de cristal.

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