Números. Dígitos. Son los nuevos valores. Todo reducido a datos. Detrás de cualquier detalle. En el más escondido rincón. Dicen que siempre hay datos. Una forma de esconder el misterio. Por siempre jamás. Todo al descubierto. Una pornografía panóptica.
El futuro. La predicción. Lo que haremos está encerrado allí dentro. En esa maraña de cifras. Incomprensibles al ojo humano. Pensados para la máquina, cada dato, curioso, resulta ser insignificante. Pero su agregado reína sobre el nuevo mundo de la verdad. La única, la omnipresente, la definitiva.
El camino pierde encanto. La huella del dato marca el rumbo. Detrás de un número llega el siguiente. De inmediato. La hilera no termina nunca. Se agolpan cual presos hacinados en una cárcel de pesadilla. Sin ventilación alguna. No hay aire que respirar. Las cifras no necesitan espacio. Viven en inmensos rebaños.
Así que la mañana no sugiere nada. El horizonte se vuelve gris. La imaginación se oxida. El misterio. Reducido a escombros. Los datos gobiernan. Una transparencia que miente. Nos miente. Todo a la luz del dato. Todo a oscuras para la humanidad porque la luz nos ciega.