Momentáneo

Con cada pedalada la imagen desaparece. Al lado del camino todo se mueve porque es el mundo el que gira. Eso me dijeron de pequeño. Y me lo creí. Así que las ruedas no giran, solo acompañan el desplazamiento natural de todo lo que nos rodea. Es pura solidaridad. Simbiosis. Sin mayores recompensas. Una hipotética quietud si la dirección algún día fuera la misma. Pero nunca lo es. Nunca lo es.

Las piernas insisten en repetir el movimiento. Mecánica simple mientras el sudor desaparece con el viento. El camino continúa y sigue dejándose atrapar. Lo veo cerca, lo veo lejos. Va y viene. Momentáneo y sin embargo siempre presente. La película no se detiene porque no hay argumento capaz de atrapar un guión que vuela libre.

La ruta espera paciente a sus visitas. Gente de paso que hace del viaje un estado mental. Porque hasta en los periodos de descanso las bielas siguen girando. Y las escenas se suceden. Si cabe más deprisa aún, con menos posibilidad de quedar fijas en la retina. La bici descansa de su dueño pero este no puede apartar la imaginación de la ruta. La anticipa, la recorre fotograma a fotograma. Cuestas, descensos y horizontes, siempre horizontes.

Los niños a un lado del camino. Sus gritos, sus saludos, sus correrías. Los adultos en su mundo. Los ancianos detenidos. Los difuntos ausentes. Una humanidad que pasa por un instante. Siguen girando las dos ruedas. El relieve de las cubiertas se pega al camino. Una pisada extraña que insiste por pares y deja una marca reveladora. Levanto la mirada y veo cómo el camino se ríe del viajero. Lo mantiene preso en una cárcel de cristal, engañado con la promesa de un final de condena que nadie espera ni desea.