Las boronas de maíz

by Julen

corn extending into the skyHoy no queda nada de aquello. Una inmensa autopista enterró para siempre el maíz. Solo un esforzado recuerdo me permite rescatarlo entre brumas. Las boronas de maíz, de aquel intenso color entre amarillo y naranja. Había que esperar y ya sabe que los niños no tenemos paciencia. Entonces, un día, mi abuelo me descubría el secreto. Dentro de aquella hojarasca verde habitaba la borona.

Me cuesta contar las filas. ¿Eran filas? Quizá podían ser veinte o treinta. No lo sé. A lo mejor más. Mis cinco o seis años me dibujan unas colosales plantas que crecían muy por encima de mi cabeza. Las veía subir y subir pero yo me sabía el final. Eran alimento para las vacas y hasta incluso fondo improvisado de un camastro. Las boronas en cambio eran un manjar para las gallinas. Y se sabía por el color de la yema de sus huevos. Sí, amarillo casi naranja.

En realidad, creo que deformo un poco el recuerdo a propósito. Me gusta imaginarlo soleado después de la niebla de la mañana. Un día algo frío pero que se reconoce enseguida noble y abierto. No hay prisa. Como casi siempre entonces. Caminando hacia el campo de maíz, con el paso justo. Porque las plantas no aceleran el tiempo. Simplemente repiten el ciclo con escrupulosa puntualidad. Así que da igual si llegas antes porque el maíz no se apresura.

Hoy aquello queda muy lejos. Solo al detenerme en el recuerdo me parece volver a tocar la borona. Y al apretarla veo como los granos de maíz caen al cuenco de madera. Veo cómo se acumulan y me pregunto por qué el progreso enterró la memoria. Las boronas de maíz apenas si existen. Ni mi abuelo. Ni los animales. Ni los camastros. Todo aquello solo habita en una extraña esquina de mi memoria. Menos mal que intento pasar por allí de vez en cuando. Espero que no se olvide de mí.

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