La obsesión por prohibir que gente en bici y a pie nos entendamos

by Julen

Prohibido BiciSe me escapa a mis cabales por qué esa obsesión de las Administraciones Públicas por prohibir. El caso de la bicicleta es tremendo. Sea en Parques Nacionales o en el centro de ciudades que presumen de «verde», el caso es prohibir. Y parece que de nada sirve que intentemos llegar a acuerdos entre las partes que comparten ese espacio. La Administración irrumpe como elefante en cacharrería y nos dice: tú por aquí sí y tú por aquí no. ¿Por qué? Porque lo digo yo.

Es evidente que bicis y peatones vamos a compartir espacios en la ciudad y creo que la prohibición no resuelva nada. En realidad lo que provoca es posicionamientos viscerales a favor y en contra. En vez de comportamiento ciudadano se pasa enseguida a una discusión donde empieza a salir lo peor de cada casa. Y sucede por no admitir lo que es lógico: el sentido común. Eso de que nos arreglemos entre unas y otros no mola. Mejor prohibimos. Da igual que tú andas en bici con moderación y sin molestar. Te castigamos igual.

Parece que la bici molesta a los que van en coche y a los que van a pie. Debe ser por los miles de accidentes que hemos provocado y las víctimas mortales por atropello de bici. Pero ¿de verdad que alguien piensa que todas estas normas ayudan? Las más de las veces son diseñadas por personas que no son usuarias de la bicicleta y que se aproximan a la realidad desde el imperio de la ley. Como si el mundo necesitará legalidad para todo.

Los experimentos del ya fallecido Hans Mondermann sobre espacio compartido y tráfico social fueron todo un ejemplo de otra forma de entender las relaciones entre quienes nos movemos por una ciudad. En vez de sobrerregular la convivencia y colocar semáforos y reglas externas, ¿por qué no eliminar barreras para provocar que obligatoriamente tengamos que tomar contacto visual con bicis, motos y coches para «cedernos el paso» según la circunstancia del momento?

Cuando vemos las típicas imágenes de Hanoi o cualquier otra gran urbe del sudeste asiático abarrotadas de coches, bicis, motos, rickshwas y otros artefactos móviles enseguida nos ponemos nerviosos. Nos parece increíble que no haya miles de accidentes. Pero la lógica es diferente. En vez de regular, el tráfico fluye. Desde luego supone un modelo mental diferente. Pero no tenemos por qué pensar que la regulación es la única alternativa. Como se ha estado viendo en el caso de Vitoria-Gasteiz, acaba por generar agrias discusiones entre las partes puestas en conflicto.

Es el mismo caso que en una organización. Más normas y estructura no quiere decir conversación más fluida. Y como te pases con la cantidad de regulación lo que puedes provocar en la gente es pasividad primero y enfado después. Ya que el sistema me regula, ¿para qué prestar atención y poner los sentidos en lo que hago? El semáforo me dirá cuándo no puedo pasar. Él regula, yo hago lo que diga. Es lo que un día llamé «ciudadanía de baja intensidad«.

La imagen está tomada de bicilibre.

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