La luz de la cumbre

by Julen

LuzCumbre

Poco a poco vas subiendo. Hacen falta muchas curvas, muchos cambios de perspectiva, muchos pensamientos. Arriba, la mayor parte de las veces, espera la luz. Es cautivadora. Parecería que se aplicara un filtro que lleva el contraste de color hasta el extremo. De repente el azul es inmenso. Es la sensación de que el aire es, por fin, transparente. Y ganan los colores.

Los contrastes vienen de las nubes. Se aceleran empujadas por el viento y corren sobre la loma para despeñarse al otro lado. Sin embargo es sólo una manera de desaparecer. A medida que se le alejan de las tierras de la cumbre comienzan poco a poco a desintegrarse. Al final, azul con azul. El gris de las nubes cargadas de agua se convierte en gris, luego en blanco y acaba fundiéndose con ese fondo azul inmenso que es el cielo.

No importa las veces que subas. La cumbre sigue intacta. Da igual que lluvia torrencialmente, da igual que algún día la niebla se niegue a ofrecerte el regalo para tus ojos. La luz sigue ahí, intacta, inmune al paso del tiempo, soportando una monotonía como pocas puede haber. Sí que es cierto que hay horas del día en que se exhibe con más coquetería, pero se le perdona. Se entiende que con tantos argumentos de vez en cuando eche mano de su poder.

Así que hay que subir. Es un extraño imán. Sabes lo que hay, sabes su color, conoces su intensidad. Pero no hay manera de no subir. La cumbre juega con los volcanes y los pinos mientras se deja querar por arbustos de un verdor caprichoso. Recorta figuras contra la luces de primera y última hora del día. El espectáculo es formidable. Tan sólo hay que detener el tiempo por unos instantes y abrir los ojos. El resto es magia. Hasta la próxima.

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