Volvemos al trabajo, sea esto lo que sea

No sé si siempre fue así. Trabajo, descanso (ocio), trabajo. Mi abuelo trabajó en una gran fábrica toda su vida y tenía, además, sus animales y su trabajo en las huertas que cultivaba. Dos vacas casi siempre. Y patatas, tomates, cebollas y hortalizas en general. La economía familiar necesitaba esta ¿segunda? actividad. Claro que las vacas te ataban a un trabajo de 365 días al año. Cada jornada, por la mañana y por la tarde, había que ordeñarlas. Así que el descanso frente al trabajo era algo que forzosamente se debía concebir de otra manera.

Mi abuelo decía que lo más lejos que había estado era en Pamplona… y porque lo llevaron preso. Aquella generación no había incorporado el hábito de viajar. Siempre habría quien lo hacía pero creo que «conocer mundo» era algo más relacionado con la excepción que con la norma. Hoy es el día en que he vuelto de mis vacaciones por la Costa Azul. Dos semanas que han sabido a gloria. Y vuelvo a algo que llamaré «trabajar» para no complicar más el lenguaje.

Porque ahora, tras esas dos semanas de blog callado, ya estoy en pie desde cerca de las cinco de la mañana, como acostumbran mis rutinas, y supongo que estoy trabajando. Una actividad que se ha modificado radicalmente en los últimos años. La crisis lo ha puesto todo patas arriba. El estado del bienestar es pasado porque hoy el presente es «crea tu trabajo». Las orejas del lobo son un capitalismo sin trabajo. No soy yo quien lo dice. También son los hechos.

La eficiencia no sabe de restricciones lógicas. Quiero beneficio a costa de insumos mínimos. Y uno de ellos siempre ha sido nuestro tiempo. Personas que aportamos coste. Y no, no hace gracia. Las ansias de beneficio conducen a rebuscar por todos lados: sean paraísos fiscales, seres humanos en condiciones tristes o simplemente menos seres humanos para producir. La línea que separa la excelencia de la medianía pasa por dejar algunos pelos en la gatera y apostar fuerte por cada parte de la ecuación: vender más con menores costes. Amén.

Y aquí estoy, trabajando. Quizá sea de esa clase privilegiada que se crea su propio trabajo y me adelanté a los malos tiempos para el empleo en que vivimos. Soy mi empleador y soy mi mano de obra, soy mi inversor y mi directivo, soy mi currela y mi secretaria. Porque sigue habiendo género en el trabajo, no se vayan ustedes a creer que el mundo progresa adecuadamente. No tanto. Los suspensos siguen a la orden del día. En fin, yo soy yo y mi red, una definición que queda bonita para la galería, con igualdad de género o sin ella.

Así que me pregunto qué es trabajo y qué no lo es. La semana que viene en A Coruña tengo un curso para hablar de estas cosas con profes y profas que vendrán buscando respuestas para aclarar qué pueden hacer en las aulas. Eso será el jueves día 5 de septiembre. Tengo el curso ya diseñado pero no sé si llevo alguna respuesta. Solo sé que los tiempos de mi abuelo han desaparecido. Que no tengo vacas en casa a las que ordeñar y que si me dan una azada en dos horas tendré las manos con unas  ampollas de cuidado. Estoy de lleno en la economía del conocimiento. Qué cosas. Mi abuelo no lo entendería. Creo.