El pueblo

by Julen

Una chimenea blanca contra el mar de olivosSe le ve allá enfrente. Uno diría que no parece real. Recortado contra un fondo que mezcla el verde de algunos olivos y el marrón de la tierra. Más al fondo se distinguen moles de piedra, rebeldes desproporciones en un terreno de por sí calmado. La mañana acompaña y el sol todavía bajo produce esa luz diferente que todo lo embellece. Detrás rodadas, delante rodadas.

Uno lo imagina aunque sabe que es casi real. Ese pueblo estará en un mapa. Sus gentes dispondrán de un gentilicio. Pero solo si lo atraviesas dejará de habitar las tierras del olvido. Sí, la vida también surge allí dentro y , sin embargo, es una vida dividida por lo menos entre dos o tres. Todo viaja más despacio. El progreso se pega contra la vida. Las costumbres se convierten en poderosas cadenas.

El pueblo ahí parece dormido. Uno puede dibujar escenas íntimas de niñas y niños aún con sus legañas. Sus madres, silentes trabajadoras, se empeñan en activar sus organismos. Un desayuno como siempre. Simple, básico. Un desayuno que huele a pan tostado y aceite. En el dibujo la madre mueve la vida. Los niños remolonean y ponen a prueba su indulgencia. En muchas de las casas del pueblo el día se despereza de la mano de quienes lo habitan.

Parado, la luz sobrecoge. Es un momento tan parecido al de otros días que corre el riesgo de caer en la rutina. El fresco de la mañana me atrapa los pensamientos. Los ojos se humedecen. Es una sensación curiosa por conocida y dulce. Sigo con las pedaladas. Procuro acompasar el movimiento a la lentitud de la escena. Temo romper la magia si yo, elemento extraño en el cuadro, emito algún sonido estridente. Avanzo. El pueblo se acerca. Me rodea. Estoy dentro. Silencio.

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