Aprendizaje informal pero evaluación formal

by Julen

AmenazaYo hace tiempo que me quité de las evaluaciones formales. Bueno, «me quité» hasta donde el sistema me deja. Porque de vez en cuando hay que pasar por el aro y pasar la típica encuesta de evaluación. Se trata de esos papeles con casillas para marcar cruces y que se ha convertido ya en un género literario más. Según las prisas del momento y otro buen número de variables de difícil control, las crucecitas van para un lado o para otro.

En estos cuestionarios las evaluaciones sufren las clásicas turbulencias: que si el efecto halo, que si los extremismos o que si la percepción del último minuto. Todo esto ya ha sido estudiado. No puede ser de otra manera. Cuando el bolígrafo o la tecla correspondiente comienzan a evaluar, que tiemble el mundo. Alguien lo tomará como la verdad suprema y de ahí saldrán loas o críticas. Ganas o pierdes en la competición montada alrededor de la sacrosanta evaluación.

En las aulas sucede una parte del aprendizaje. En la calle, en los bares, en las tertulias, frente a la consola: por todos estos lugares la gente aprende de otra forma. ¿A qué? Pues difícil de controlar. Sucede, y esperemos que no sea tan negativo como algunos quieren pensar. Es puro aprendizaje informal. Lo aceptamos porque no queda más remedio. Ahí está. Puedes cerrar los ojos y pensar que no. Pero me temo que te equivocas.

Lo anterior lo comento por reivindicar aquí la evaluación informal. Sí, esa de toda la vida, que sucede cuando te pones a hablar de qué tal nos ha ido. No seré yo quien diga que no hay que evaluar pero eso de que haya juicio sumarísimo encerrado en un cuestionario me parece monstruoso. Ya, que no lo hay. Pues será en tu mundo porque en el mío cada vez más veo que hay quienes lo necesitan como el comer. El juicio necesita objetividad y alguien ha pensado que no hay como el cuestionario de evaluación.

Así que, ¡vaya idea radical que propongo! Charlar en clase sobre qué tal nos ha ido. Preguntar por lo que haría mejorar el aprendizaje, por lo que no ha salido tan bien y por lo que ha gustado. Hablar, quitar dramatismo a la evaluación, eliminar sus connotaciones de «te la estás jugando».

Si queremos que haya retroalimentación derivada de las evaluaciones, no podemos endiosarlas y rendir culto a un proceso que en la medida en que se encumbra pierde su sentido. Cuando lo que se ve detrás es amenaza, la evaluación se convierte en una suerte de poder perverso.

Pues eso, más hablar y menos cruces en los papeles.

 

Artículos relacionados

3 comentarios

Iván 05/11/2012 - 20:32

La verdad que es un tema bien complejo. En la educación formal todo ha sido bien reglado y calculado por lo que debe ir valorado en función de unos criterios que alguien ha marcado. Aunque imagino que muchas veces no queda otro remedio que pasar por el paro, entre eso aquellos numerus clausus para entrar en la Uni. Hace unas semanas viendo el reportaje sobre la educación prohibida decían aquello de que dos profesores casi siempre valoran diferente a un alumno. A lo mejor es que me hago mayor, pero cada vez veo que la educación formal tiene muchas carencias con respecto a la informal, una de ellas es precisamente eso. Igual aquello triste del «tanto tienes tanto vales» tiene aquí un buen paralelismo con el triste «tanto sabes tanto vales» 🙂

Responder
Iñaki Murua 06/11/2012 - 19:00

Me parece que lo de la evaluación me da, no ya para un comentario, sino para una serie de talleres de Aprendices 😉

En todo caso, esos cuestionarios (como los relacionados con «calidad percibida») de repetidos y usados creo que están perdiendo su valor. Aunque necesitamos información para poder evaluar (y autoevaluar).

Responder
Julen 26/11/2012 - 06:54

¿Aprendices?, ¿talleres? ¿Eso habrá que retomarlo algún día? 😉
Conste que lo de evaluar es entrar en tierras movedizas. A nada que das un paso en falso te hundes. Además, lo tenemos endiosado, desde mi punto de vista.

Responder

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.