Grandes urbes americanas

by Julen

Cerca de Times SquareEscribo esto después de nueve días repartidos entre Washington, Filadelfia y Nueva York. Quedan todavía por explorar Chicago y Boston.   Desde luego que es poco tiempo para escribir nada que pretendiera ser objetivo. Pero tras unos días con el blog en barbecho, después de haber escrito cuatro líneas sobre la gran cantidad de personas fuera del sistema que la calle muestra, hoy añado algunos otros detalles.

Como no podía ser de otra forma, el espacio en la gran ciudad es factor crítico. Cuánto posees, dónde se encuentra y cómo lo explotas es la clave del éxito. El puesto de comida básica, el aparcamiento 24 horas abierto o cualquier establecimiento que ofrezca servicios a quien llega a la gran urbe, todos ellos viven del sitio que ocupan. Así que es muy lógica la construcción en vertical. Da igual que en cierto momento fuera el imán que atrajo a los aviones que se estrellaron contra las torres gemelas: no hay alternativa. Hay que mirar hacia el cielo y seguir construyendo.

Sin embargo, es curioso que aunque todo crece hacia arriba, el nivel de calle ofrece una vida espectacular. Al margen de los lugares donde nos arremolinamos los turistas porque no puedes decir que no estuviste allí, la calle, todas las calles, son territorios intensos y frenéticos. Las aceras aceptan cualquier extravagancia sin pestañear y el cruce de miradas es mínimo mientras los intensos olores de la comida rebosante de especias se entremezclan de vez en cuando con bocanadas de hedionda putrefacción. La calle es un punto de observación privilegiado y cautivador.

La oferta para consumir tiende a infinito. Puede ser de lo más selecta o un simple reclamo de baratijas. Eso sí, casi seguro que todo tiene en común el lugar de fabricación. Asia provee y el mundo se acerca a los templos de consumo para rezar sus oraciones. El exceso se une con la necesidad de atestiguar el paso por la gran urbe. El progreso compone un número de opciones suficiente como para que todos los gustos queden satisfechos.

Entre acera y acera la calle es de los coches. Otro exceso, con clara tendencia a la desmesura si es que te lo puedes permitir. Es símbolo de estatus supongo y nadie en su sano juicio sería tan tonto de no demostrarlo. Y negro como color fetiche de carrocería para impresionar. Esperan con los chóferes de color a sus ocupantes -estos sí que sí- que se mueven por el mundo con el desparpajo del éxito. Captan la mirada del viajero y entregan su mercancía para deleite y admiración de quienes, de momento, no llegan a ese grado de ostentación. No porque no quisiéramos.

Zona ceroEl bazar bulle y la mercancía se mimetiza con la vida cotidiana. Los no lugares se recuperan para el consumo y arañan espacios de venta impactantes. La gran estación central de Nueva York como reclamo, por ejemplo, para un Apple store cautivador. Olvida la función original: el espacio cuenta y hay que aprovecharlo. No es lugar de tránsito, no es una estación de trenes, sino un posible lugar donde captar clientes. Así que no queda otra: humanicemos ese no lugar con una dosis adecuada de preciosismo tecnológico.

Y pasa que la ciudad sigue atrayendo. El futuro, nos dicen, es de las grandes ciudades. Hoy ya más de la mitad de la población habita en este tipo de lugares y la previsión es que para 2025 sean ya más de sus tres cuartas partes. Es tendencia humana, por decisión u obligación. Así que hay que aprender a usar el espacio, a vender la mercancia, a mostrarse como oferta. Se necesitan luces de neón, como las demás pero al tiempo diferentes, porque sucede de casi todo a los ojos de quien pasea. La cultura, el progreso, el trabajo, todo fluye por las arterias de estas grandes ciudades. Más que nunca tierra de oportunidad.

O de fracaso. Un fracaso aceptado e integrado, con empleo en servicios sociales si la economía funciona. Bonita paradoja: un sistema que genera empleo especializado para atender a los despojos humanos que él mismo produce. El sistema se retroalimenta y produce su propio combustible para avanzar. No hay cómo pararlo. No hay tampoco intención. ¿Por qué habría que hacerlo? Si algo ves por la calle es trabajo: gente que abre la puerta en el hotel, gente que atiende tras un mostrador, gente que da pedales en rickshaws de primer mundo, gente que limpia zapatos, gente que entrega comida en su chiringuito ambulante de dos metros cuadrados. Trabajo, mucho trabajo.

En breve cogemos avión para Chicago. Ahora mismo solo me suena a milla de oro, a los libros de Sarah Paretsky, a los ensayos de Richard Sennett, al origen de Obama, a lugares de reconversión industrial o a un idolatrado número 23. ¿Más de lo mismo? De nuevo una oferta espectacular, estoy seguro. Una oferta a la que no se puede renunciar. Atrae, seduce, hay que conocerla. Y maravillarse por lo que estas grandes urbes son capaces de atesorar. Una vibrante mezcla de cualquier cosa que pudieras imaginar. Cómo la interpretemos es cosa de cada cual.

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