Destino

Llegas al destino. ¿Tan importante era? Me canso de repetir que el viaje tiene sentido mientras dura y que el final, cuando llegas al destino, no es sino su entierro. Pues bien, el viaje concluye. Una última pedalada que solo sirve para poner fin a la ruta. Así que ya hemos llegado. Todo como antes. La geografía sigue anclada al territorio, asida por un cordón umbilical indestructible. Y el viaje se diluye, se pierde entre curvas, subidas y bajadas. Se pierde. Se acaba.

Como todos los demás, este ha sido un viaje diferente. Teruel me esperó en una triste marquesina de una parada de autobús. Allí ya eran evidentes los signos de las tormentas recientes. De allí a la vía verde de Ojos Negros para contemplar ese cielo oscuro, casi negro, ese cielo que carga granizo. Vías verdes. Muchas desde Teruel hasta aquí en Santa Pola. Una forma diferente de hacer kilómetros, una especie de prueba para la paciencia. Monotonía, largas rectas, larguísimas rectas.

Ahora veo la playa, el mar, la arena. El viaje traía hasta aquí, hasta donde ya no se puede pedalear. Porque el final es la orilla, la pequeña ola que rompe una y mil veces. Cielo y mar se confunden en el horizonte. Hasta aquí llegaba el viaje. Ramblas desde Villena por paisajes erosionados, por paisajes huérfanos de sol. Tierra pobre, fea de pedalear y quizá de vivir. Pero tierra.

Ha sido fulgurante. Un día menos de lo esperado. Etapas que se han alargado por alguna razón que no llego a comprender. Pero las cosas vienen como vienen. De un tiempo a esta parte algo feas. Feas y ariscas. Ahora toca recuperar trato con los humanos. Espera una larga cola de gestiones, unas por comenzar, otras por retomar, otras por olvidar. Olvidar cuanto antes porque el viaje no es el destino. El destino, como decía, es donde el viaje muere. No hay problema, se avecinan nuevos viajes en el horizonte.