Retiro landés

Ni sé ya los años que llevamos viniendo en mayo a Las Landas. Forma parte de esas rutinas que ayudan a detener el tiempo por unos días. El paisaje monótono, el mar ahí detrás de las dunas, los pinos recursivos, las pistas ciclables. Siempre es igual. Es pura repetición para tranquilizar el espíritu.

Esta vez coincide con el primero de mayo. Fecha en absoluta crisis. Empleo, trabajo, dignidad. Norte perdido entre tanta medida y contramedida. Economía que nos esclaviza, que entristece y saca lo peor de cada cual. Son momentos para observar cómo los humanos se pegan entre sí. Quienes tienen para no poder su poder, quienes no tienen para rozar la línea de la rebeldía o el hartazgo y la sumisión.

Aquí en Las Landas los días se parecen entre sí. Suele ser habitual que llueva. Las borrascas vienen de occidente y pasan rápidas por aquí. Pero no pasa nada, es lo que tiene que ser. El césped sigue necesitando agua para que verdee como corresponde. La máquina siega y siega sin parar. Hay una imagen que mantener. Las viviendas típicas landesas se funden con sus verdes inmaculados y sus flores que explotan más si cabe en primavera.

Pues eso, que detenemos por un momento el ritmo. Para pensar. Para romper la rutina con otro tipo de rutina. Fuera llueve. Como tenía que ser.