Identidades difusas

Atrás van quedando pedazos de quien fuimos. Por la simple razón de que ese pasado se resquebraja en pequeñas piezas de museo que sirven solo para la contemplación. Así que nos fijamos en lo que ya no somos para comprender la historia. Algo del todo imposible. Las razones se escaparon por el desagüe del tiempo y nadie se ocupó de hacer una copia de seguridad. Y lo que estaba por llegar fue imposible de predecir.

Pero hubo momentos para detener el tiempo. Un sinsentido hoy en los mares de la hipérbole que surcamos. Ahora ya no hay forma de fijar un punto y encerrarlo para que aguante la decrepitud de los años. El agua continúa brotando como si por arte de magia nunca fuera a terminar. Pero antes sí, antes los instantes quedaban condenados a la cárcel de la memoria. Sin juicio justo ni garantías procesuales.

Aquellos recuerdos hoy, sin embargo, escapan en fragmentos proyectados al azar. Retazos de quienes somos para tratar de componer una imagen coherente. Miles de detalles que vuelan y se confunden con otros muchos de dudosa procedencia. Nadie sabe hasta dónde los fragmentos son propios o ajenos. El viento desplaza las partículas al azar para recomponer a cada instante miles de alternativas.

Y se desprende de vez en cuando una identidad. Parece que se adivina una forma. Una mancha de tinta empieza a semejar una escena. ¿Qué hay allí dentro? Solo eres tú, que proyectas tu incoherencia en un dibujo que tranquiliza a quien pregunta. Pero en realidad allí no hay nada. Sucumbimos al engaño y pensamos que la pregunta necesitaba una respuesta. Pero, ¿tenía sentido la pregunta?