Las líneas bailan. Deciden comenzar un curioso movimiento anárquico. Parece que van a abandonar su lógica secuencia. Arriba, más arriba, para caer de nuevo. Una vibración imperceptible, que solo tú comprendes. Ese pequeño mundo de letras ordenadas cae por el precipicio del sueño. Te vas y en el camino, por unos instantes, todo se confunde. Al final, caes en un pozo.
Oscuro, tranquilo, no hay conciencia que explique las reglas a seguir en este nuevo estado. La caída es libre y conduce a mil imposibles. Placidez y locura se dan la mano para construir otro mundo al que huir. O del que no poder salir. Angustia o felicidad, son condiciones vecinas en una escena que no controlas y en la que el argumento ha sido escrito sin preguntarte nada antes.
El tiempo se para y juega con tus deseos, con tus miedos, con lo que eres o querrías ser. Un rompecabezas donde las piezas nunca encajan. Un orden que emerge de la amalgama de cientos de situaciones caóticas. Trazos suaves, colores intensos, esperpentos que esperan en la sombra su oportunidad. El tobogán te deja en un rellano donde los guionistas explotan su imaginación.
Sabes que hay un tiempo para abandonar el sueño. Mientras, allá abajo, en esa zona valle donde tiempo y espacio han roto amarras, las secuencias se suceden. Hay otro tiempo no sujeto a las limitaciones de tu cordura. Cíclico, constante, regular. Se convierte en un acto necesario. En la carrera contra tu voluntad siempre lleva las de ganar. El sueño te vence. Y sí, al final, caes en un pozo. Eres tú misma reconvertida en miles de fragmentos que habían quedado aislados en las esquinas de tu conciencia.