Reinventar la ciudadanía en Innosfera

by Julen

ControlDe cara a la jornada Reinventar la ciudadanía: ¿se puede innovar en democracia? que ha organizado Innosfera para este jueves día 20 a las 7 de la tarde en Eutokia, he preferido escribirme un pequeño artículo para hilar ciertas ideas. Completa de alguna manera lo que escribí el otro día como reflexión inicial. En realidad, tenemos la inmensa suerte de que Ismael López-Peña nos ha propuesto un guión que es pura dinamita para conversar.

Creo que la jornada puede ser un buen momento para charlar sobre lo posible y lo imposible. Reinventar la ciudadanía es expresión grandilocuente. Y por mucho que estemos en Bilbao, prefiero jugar con mis eternas dudas y paradojas. Os dejo con este texto. No usaré pobrepoin, prefiero conversar, de igual a igual. Sin la ventaja que da un supuesto atril y una pantalla. Os dejo con el texto que me servirá para compartir ideas.

No recuerdo bien el experimento. Pero era algo así como que traspasado un límite en la abundancia de opciones, el resultado no es que mejore sino que empeora. Más información, vale. Información excesiva, problema. ¿Y dónde estamos? En un inmenso océano poblado por animales que segregan información. La tecnología se pega al humano, que no sólo suda o lagrimea. No, el humano, sobre todo, produce información. Aunque no haga nada de manera proactiva. El diseño, el código fuente, es tal que se informa a todas horas y en cualquier lugar.

Esa ingente materia prima en bruto no es asimilable por la inmensa mayoría de la ciudadanía. Wikileaks se propaga por la prensa, la de toda la vida. ¿Acaso no es la mayor de las evidencias de que todo es como siempre fue? Y, además, la sociedad del espectáculo favorece el consumo fácil, ¡qué agradable! O el que acontece sin que te des cuenta, ¡qué miedo!

¿Y sobre qué hablamos? Leer el último libro de Manuel Castells es ponerse nerviosa/o. Tú decides si quieres saber o si no quieres hacerlo. La cultura del escándalo que nos presenta Castells es la pequeña escala de la doctrina del shock que proponía Naomi Klein. Se mete todo en un saco, se agita y, contra lo que podría parecer, no se elige al azar. No, porque la industria del mundo -sea esto lo que sea- decide de qué hablar y cómo hacerlo. El azar, la casualidad o la serendipia de los tiempos modernos no son tales. Son sólo la consecuencia lógica del diseño adecuado. Eliges o eso te parece. Es el código 2.0, en expresión de Lawrence Lessig: el ciberespacio como amenaza para la libertad.

La argumentación nunca tuvo antes tantas voces. La explosión de Internet, las redes sociales (o antes los blogs) se nos presentan como la tierra prometida de la diversidad. Muchas voces, una inmensa red distribuida de nodos que reconfiguran sus discursos a velocidad de vértigo. Pero el mundo sigue siendo simple y dos tetas tiran más que dos carretas. «Lo más leído» es lo que es, mírate el Marca. Y los anuncios clasificados de prostitución en los periódicos siguen siendo lo que son: ingreso económico. La multitud es como es. La naturaleza humana es terca. La vulgaridad de lo que somos va en el código genético de la excelencia. La estupidez humana, siguiendo a Carlo Cipolla, sigue terca repartiéndose por igual en todas las capas sociales. Sí, aquí entre quienes escribimos y leemos, también.

Participar en todo este circo va en el precio de la entrada. El show ha diseñado sus mecanismos de retroalimentación. El consumidor produce, el amateur se hace profesional, la innovación abierta hace del mundo su laboratorio. No estás a salvo: produces mientras consumes. Antes decíamos que información, pero también se diseñan mecanismos de mínimos. Tu voto, tu click, tu «me gusta». Diseños delicados para que un mínimo acto de tu voluntad segregues más información de la que mi abuelo sería capaz de divulgar en muchos años de su vida. Tu click y tu voto son hiperanalizados. Pero no por humanos. Todos sabemos que Google no lee nuestro correo, que lo hacen sus robots. Hasta ahí podíamos llegar: los humanos nos respetamos entre nosotros. El trabajo feo lo hacen los robots. San Asimov, ten piedad de nosotros y perdona nuestros pecados.

La democracia agoniza, decía Albert Pla. «Tu novia es un encanto y tú estás tan enamorado por eso le perdonas sus deslices sus engaños». Pero es tu novia. ¿Quién va a destruir el edificio de la democracia representativa? La política se llena de estúpidos en la misma proporción que otros estamentos. Pero la crisis no es tanto de confianza en las personas sino de confianza en las instituciones. Sirvieron, pero ¿sirven? Los grandes mandatarios reciben clases de dicción, son la imagen de ellos mismos, pero trabajada profesionalmente. Señor Lehendakari, aproveche su punto friki y sácale partido al Capitán Spok. Señor Lehendakari, escriba un blog y no cometa faltas de ortografía; twittee, que a usted se le da bien, tiene que construir un personaje. Mandatarios que necesitan pasar por La Noria o el Vanity Fair. Belén Esteban, la princesa del pueblo. Kate Moss Machine, que ha escrito Christian Salmon.

¿De veras que no podemos «saltarnos» a estos intermediarios de la política? Ayuntamientos, comarcas, territorios históricos, comunidades autónomas, estados, geochos, geveintes y onus. ¿No se puede montar todo esto sólo con barrios? «La comunidad internacional» impone. Hasta tenemos representantes de los internautas para hablar con el gobierno por mediación del presidente de la academia de cine. Todo un espectáculo. Los payasos guardan historias truculentas en su interior. Pero están ahí para hacer reír. La ciudadanía cabalga a lomos de la desconfianza y sólo se la sujeta con adecuadas dosis de diversión. No con cadenas sino con risas.

Y llegamos también nosotros, los abanderados de lo abierto. Economía abierta, gobierno abierto, datos públicos abiertos, ciencia abierta. Como los chiringuitos de la carretera para puteros: Open. Con luces de neón. Transpariencia, taquígrafos, focos. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. Hay que acceder hasta el código fuente, el santo grial. La Administración también se abre. Ya no habrá trabajo para Wikileaks. Assange, jódete, cabrón, que te vas a ir al paro porque no va a haber cables ocultos. Lo mismo le entra la risa floja al hombre.

O sea que como ciudadanía tenemos el poder. Nunca antes como ahora. Tenemos la capacidad de cambiar la realidad. Pero eso conduce al mercado del alma. Convencer ya no va de la mano de satisfacer necesidades de la base de la pirámide de Maslow. Hoy todo son ansías de realización personal, de experiencias, de tratamientos personalizados. Quiero ser yo. La ciudadanía se rompe en mil pedazos para, recurriendo de nuevo a Castells y su colega Barry Wellman, configurar un moderno poder: el individualismo en red. Las Administraciones Públicas luchan por atraer a la ciudadanía para que no se deje llevar por los votos de castigo que recurren a extrañas opciones fuera del sistema. La profesión es la profesión y el corporativismo manda. La ciudadanía del siglo XXI se resquebraja entre instituciones diseñadas en tiempos pretéritos: la gente no se fía de la clase política, de la clase empresarial o de la clase que, sea donde sea, tiene el poder. Y sin embargo, ¡qué grande Berlusconi!, ¡qué listo el cabrón! Un ídolo para las masas en general y los puteros en particular.

La vigilancia se convierte en autovigilancia, la censura en autocensura. Los fumadores son delatados por ex-fumadores. La carrera está abierta: necesitamos tu participación. Dinos quién traspasa el límite de velocidad, quién se salta el semáforo, quién copia en el examen, quién fuma donde no debe. Moderno estado de derecho, logro social de autorresponsabilización de la ciudadanía. El estado te necesita; no dejes que otros nos engañen. Si engañan al estado, te engañan a ti. ¡A por ellos! ¿Por qué no una Asociación del Rifle también aquí en Europa?

Dicen que el mejor árbitro es el que pasa desapercibido. ¿Debería ser ese el papel de las instituciones? Pues me temo que estamos en las antípodas. La clase política que está detrás necesita de intensas campañas de marketing para que sus logros luzcan. No hay espacio para la humildad. No es posible. No puedo decir que hemos hecho algo mal. Para eso ya está el enemigo político. Enemigo, eso sí, que puede ser amigo, pero sólo cuando de por medio está el legítimo deseo de llegar al poder para hacer realidad los sueños. Eso sí, extraños sueños que necesitan al poder constituido y no se conforman con el poder constituyente.

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3 comentarios

M@k, el Buscaimposibles 19/01/2011 - 09:34

Brillante.

Resumen para gente ocupada: 2.0 = puterío.

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Julen 20/01/2011 - 05:23

@Mak, esa es la botella medio vacía, pero es una manera de interpretarlo 😉

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Mikel Ihidoi - @himikel 23/01/2011 - 17:09

Ayer vi el videoresumen que han posteado sobre el evento los de CyberEuskadi.
Yo me he quedado con la siguientes ideas:
– ¿gobiernos preparados para ser facilitadores?
– ¡la ciudadanía tiene que pasar a la acción!

Entrando en materia, me gustaría compartir un par de reflexiones:
Como muy bien apuntas @Julen, estamos ante una crisis organizacional, se ha perdido la confianza en las instituciones gubernamentales, pero yo diría que también en gran parte en las organizaciones económico-financieras. Si queremos caminar hacia una democracia más participativa, ¿qué deberíamos de cambiar antes la organización gubernamental o la económica?

En la jornada ForoKoop que tuvimos el año pasado en torno a Utopía Social del Cooperatvismo , el profesor Joan Subirats decía que es importante que interioricemos que «lo público no es monopolio de los poderes públicos», esto es, que la ciudadanía puede cooperar junto con las administraciones públicas, y yo entiendo que ello implica participar en la gobernanza, siendo la labor de los gobiernos facilitar ese camino.
Gracias por compartir, agur!!

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