Imposible creerlo. Callado. En una esquina, esperando que el tiempo pase y llegue su hora. ¿Para qué más? ¿Dónde estaba escrito que había que pelear? Siempre había tenido en mucha estima reconocer su cobardía. Un mundo feroz, desenfrenado, que exige y pide. Pues no.
Así que allí estaba sentado, dejando pasar el tiempo, mientras la tarde se estiraba remolona. Así, sin más, por el simple placer de ver pasar los autos. ¿Cuándo fue aquello? Demasiado tiempo atrás para que la imagen tome color. El sol se oculta y vuelve gris el cielo que fue azul. El final es negro y da miedo.
Está sentado en unas escaleras, en un alto. Desde allí la perspectiva del tiempo se percibe mejor. El espacio se agarra a un tiempo concreto y compone una escena recurrente. No hay sonidos que estorben, no hay más que hacer ni que mirar. No hay más que pensar que no hace falta actividad todo el tiempo y a todas horas. La aceleración es artificial. Mientras, la tranquilidad sólo queda ya en el recuerdo. Gris. Negro.
Ajeno al galope del progreso, callado, sólo dejando que el tiempo se detenga en una esquina. Vaya logro para la humanidad. ¿Así vamos a ser mejores personas? La superación, el esfuerzo, el sufrimiento para devolver en forma de recompensa el anhelo de ser mejor. ¿Para qué? Todo esto ya ha llegado. Está aquí. ¿El progreso? ¿De verás crees que por gritar más fuerte y hacerlo más veces alguien más te esta escuchando? Pequeño y callado. Otra opción.
2 comentarios
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¡Estupendo relato!. no me cabe la menor duda.
La Coruña( España), 15 de mayo de 2011
Mariano Cabrero Bárcena
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