La televisión escupe historias de personajes rotos que antes fueron personas. Mientras, los hombres hacen una parada en el bar. Interrumpen su faena. Un tono impersonal y surrealista invade el ambiente junto a la carretera nacional. Cualquiera, da igual el número. Putas y compradores de carne humana, cruz y cara.
La barra languidece mientras deja morir un muestrario de desechos culinarios a precio de saldo. A la izquierda la máquina tragaperras espera a sus alcohólicos anónimos. Arriba la tele sigue con su vomitona triste de asesinatos, infidelidades y niñas maltratadas. Bien expuesto, con sus lágrimas impostadas para ocultar la cruda realidad.
Afuera los coches se alinean frente al bar. Foto de postal: el cartel dice «Chuletas a la brasa». Detrás del edificio la mierda escala alturas. Los plásticos del mundo contemporáneo se obstinan en evitar la muerte, agarrados al barro y a unos charcos inmundos. Cómo no, la cubierta ya pelada de una rueda de camión junto al deportivo negro.
De repente, cruza tranquilo y digno un señor con una muleta. Cojea de la pierna izquierda mientras deja atrás su alquiler, dentro del bar. Parece mayor, sesenta años por lo menos. Forma parte de la vida junto a la carretera nacional. Es un digno putero, cojo y gordo. Diversidad humana que repta entre la mierda.