La estación, la ciudad

by Julen

Waverley Station, en Edinburgh, por shimgray en FlickrElla bajó del tren y miró a su alrededor. Las cabezas se repartían por el andén, con movimientos apresurados y aparentemente sin sentido. Había esperado a que toda la gente de su vagón se bajara. No llevaba prisa y prefería tomar algo de perspectiva antes de dar los primeros pasos por aquel nuevo territorio. Toda aquella gente en la estación tan sólo se movía de un lado a otro, pero sin salir nunca de la escena. Las mismas personas en la misma estación.

Ya en el andén enseguida le impactó aquel nuevo olor. Nada que ver con el aire conocido del viaje. Sí, un olor más intenso, mestizo de mil raíces y desconocido para ella. Delante, otro ser humano con aire indeciso: solidaridad para que la situación fuera más llevadera. Porque la estación era grande y muchas las opciones. El camino tenía que hacerse, pero necesitaba tiempo.

Inició el movimiento, en extraña sintonía con aquel ejército de cabezas. Con pasos indecisos y la mirada atenta en busca de información amiga. Signos, paneles, datos, números, una amalgama descorazonadora que amilanó enseguida su espíritu. Por eso siguió su camino detrás de otra persona que también dudaba. Mantenían el sentido de la marcha por simple simpatía con las demás personas. Hacia allá, hacia allá.

No hacía falta decidir nada. Sólo dejar que los pasos prolongaran el camino de la mayoría. Fácil si dejaba de pensar. Sí, se movía, se movía. Sin pensar en el destino. La estación, la ciudad. Ahora entendía que su figura acabara diluida entre tantas otras. Todas tan parecidas, todas con historias individuales inmoladas en el altar de los grandes números. Su pequeño pueblo murió aquel día.

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La imagen en Flickr es de shimgray.

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