En defensa del conocimiento tácito

by Julen

Los Jameos del Agua, de MacnoleteCreo que existe un síndrome compulsivo en muchas organizaciones para que la gente cuente lo que sabe, sí o sí. Bueno, más en detalle: para que se lo cuente a gente que no forma parte de su entorno natural de trabajo. Hasta cierto punto es como si todo conocimiento no explicitado fuera potencialmente peligroso para la empresa. Por tanto, debe dejar de serlo. Y para rematar la faena, en muchos casos debe pasar en el menor plazo de tiempo posible al campo de lo «reutilizable».

Esta moderna preocupación cosmética por las personas necesita interpretación. Hace ya tiempo que es evidente que los introvertidos no conquistarán el moderno reino del liderazgo ni del éxito. Se requieren más y mejores habilidades sociales. No sirve con que una persona sea técnicamente hábil en su actividad. Ahora necesita desarrollar su inteligencia emocional para interactuar con sus semejantes y que su conocimiento fluya libre… hasta las barreras de contención de la empresa, por supuesto.

Claro que las personas pueden ganar con estos procesos de adquisición de habilidades sociales. No sólo de trabajo vive el hombre. También esas habilidades le deberían servir para sus tareas cotidianas, desde negociar la hipoteca hasta explicar a sus hijos por qué el primer mundo va como va. Mejores personas, mejores profesionales. Pero siempre con una premisa dentro de la empresa: comparte lo que sabes.

Pero hagamos el ejercicio de compartir en el plano empresa-empresa. Está claro que persona-empresa ya es territorio en el que se batalla: por favor, dejen que este buen hombre se exprese, que comparta lo que sabe. Ahora, sin embargo, pensemos en empresa-empresa: dejemos que esta empresa comparta con otras lo que sabe, dejemos que lo comparta con la sociedad. ¿Cómo ha dicho, joven? ¿Que comparta lo que sabe? ¿Para qué? Negamos la mayor. La persona debe aportar conocimiento a la empresa, explicitando lo que lleva en sus entrañas para poder documentarlo como mejor se pueda. Y una vez conseguido lo envolveremos dentro de la empresa con una capa de material opaco y le colocamos un par de candados. Las llaves, por supuesto, no se las queda la persona que aporta conocimiento. Hasta cierto punto lo que queda allí dentro ya no le pertenece. Ha pasado al dominio de la empresa. Otras reglas.

¿Qué ocurre si una empresa no se lía la manta a la cabeza para explicitar conocimiento? Entra en riesgo. Se va una persona con mucho tácito y es un agujero difícil de rellenar. Sin embargo, en un clima de confianza y con camaradería, el conocimiento tácito fluye sin cesar. Otra cosa es que sepamos comprenderlo, aunque es muy fácil de detectar. Cuando una persona le dice a otra que añada «un poco más» de tal materia prima a un compuesto y ésta añade una cantidad determinada -que es la que hace falta y la que se expresaba mediante «un poco más»- entonces es evidente: ahí fluye conocimiento tácito. Y si hay confianza y condiciones dignas de trabajo, ese conocimiento fluirá, sea con intervención de neuronas espejo (en términos modernos) o mediante química personal (que le hemos llamado toda la vida).

A veces el conocimiento se mercantiliza de tal forma que se ponen procesos en marcha para «extraerlo» como si fuera petróleo enterrado a cierta profundidad. Se hace un sondeo y allá vamos con maquinaria pesada a succionar todo lo que se puede. Hasta secarlo. Llega un ejército de gente ajena al lugar de donde se extrae y «operan» con precisión. Tecnología pura y dura.

Nonaka y Takeuchi, en su clásico artículo de principios de los 90, dibujaron un cuadrante para la transferencia de conocimiento tácito a tácito. Era evidente que presentaba dificultades de «gestión». Claro, personas complicadas que no se explican bien. ¿Qué necesitan para que se produzca transferencia? Pues confianza, tiempo, paciencia, no demasiada presión, complicidad, buen ambiente. Vamos, lo típico de la mayor parte de las empresas actuales. Y un jamón.

Hoy cabalgamos a lomos del impacto mediático. No sólo se trata de explicitar sino de hacerlo en un formato «fácil de consumir». El objeto de aprendizaje debe llegar al aprendiz bien impregnado de vaselina. No debe rozar, debe ingerirse sin apenas esfuerzo: video con la dosis adecuada de humor y comprimido en píldoras.

Pues bien, dicho todo lo anterior, me contradigo a mí mismo porque creo que no queda otra opción. Hace falta compartir más. Hace falta mestizaje y ayudar a los demás a adquirir aquel conocimiento que pueda serles útil. Pero, como tantas otras veces, el problema está no tanto en el fondo de la cuestión sino en las variables que lo rodean. Hay muchos intereses en juego y poco fair play. Por eso, muy a pesar, no queda sino mantenerse alerta porque a veces esta obsesión empresarial por explicitar conocimiento oculta unas reglas de juego que conviene conocer.

Así que, manos a la obra, ayudemos a transferir conocimiento en las empresas en modo tácito-tácito. Y también explicitemos. Pero que la persona no pierda dignidad en el camino y que no se mercantilice su saber. Ya, claro, ¿pura ficción? Que no, que no, que seguro que podemos hacer mucho en esa línea.

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La foto en Flickr es de los Jameos del Agua, en Lanzarote, en una foto de Macnolete.

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1 comentario

Angel Cabrera 10/09/2010 - 13:00

Yo aún me pregunto cómo una empresa evitaría que un empleado, al migrar de entorno, no se lleve su conocimiento y experiencia. Incluso propuestas de proyectos o de productos. O lo que sea.

Creo que ni con contratos blindados. ¿Cómo evitas que un técnico se lleve su experiencia, la formación continuada recibida, los contactos personales…?

Algunos gerentes «lo flipan». ¿No? 😀

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