Tremendismo empresarial

Con demasiada frecuencia las empresas siguen empleando el todo o nada, los grandes anuncios, las grandes conquistas. En definitiva, un sentido épico de la gestión. Hay que conquistar nuevos mercados, alcanzar la cima del éxito, ser el mejor. Es un discurso que genera toneladas de literatura escoria. Supongo que representa algo así como «el paradigma dominante».

Hace ya muchos años que Camilo José Cela escribió La familia de Pascual Duarte. Inauguró una corriente a la que se denominó tremendismo:

[…] una forma particular de describir la realidad bajo la óptica de la exageración, utilizada a veces para crear en terceros la idea de que una tragedia es inminente, con el fin oculto de inducir a una determinada decisión, que se hace ver como la única capaz de evitar el suceso nefasto.

Hoy, casi un siglo después, la corriente parece haberse instaurado en lo más alto del estilo empresarial. Necesitamos términos rotundos. Todo son grandes éxitos, todo se despoja de cualquier duda o crítica porque los errores y disfunciones los seguimos metiendo debajo de la alfombra. Frente a una conversación distribuida, repleta de matices, muchas empresas siguen jugando a que hay que contar lo bueno y tapar lo malo, aunque luego el efecto Streisand juegue malas pasadas.

Si La familia de Pascual Duarte jugaba con la tragedia, muchas empresas juegan con las emociones básicas -más ocultas o más públicas- y con la simplificación de la realidad. Se conforma así una narrativa con una extraña mezcla de tremendismo (grandes éxitos o amenazas de grandes fracasos) y de gran sutileza en las formas (que van directas al corazón). Ese mensaje sutil de «no te sientas fracasado» alimenta de forma artificial el vínculo entre empresa y ciudadanía. La sociedad necesita a las empresas porque representan el signo de los tiempos, el progreso, la eficiencia (o la eficacia encubierta).

En el tremendismo empresarial hacen falta grandes líderes, figuras galácticas capaces de proveer sentido a la existencia de cada oveja del rebaño. Ahora, además, esas grandes figuras son desarrolladas (coaching a tutiplén) para «intimar», para conectar con quiénes somos y con lo que nos engancha. El tremendismo empresarial se viste con piel de cordero, pero tremendismo se queda.

Y sí, no hace falta que estés de acuerdo con lo escribo. Faltaría más. Esta idea de la empresa tremendista se conecta con una anterior que de la que ya escribí en su día: la empresa histriónica. Dios Santo, ¡fue hace tres años! Hay que ver cómo pasa el tiempo a medida que a haces mayor 😉

Ah, y conste que el tremendismo es materia corriente en todos los órdenes de la vida. Sólo tienes que echar un vistazo a lo que venden los «sucesos». Sí, es como si El Caso fuera la norma en la comunicación. Creo que todo tiene que ver con la exagerada necesidad de captar atención, aquello a lo que Benetton se agarró con una inusitada fuerza.

Nota.- La imagen está tomada de El País.