Innovación, conflicto y ortodoxia

by Julen

Hago redifusión del artículo que escribí ayer lunes para el blog de innovación social de Innobasque: Conflicto y dolor en la innovación. Es que me interesa opinión. Podéis comentar aquí mismo o allá en Blogis. Gracias muchas por la retroalimentación.

Hubo un artículo: A mí no me digas que no se puede. Surgieron en torno a él unos cuantos hilos de conversación interesante, pero decidimos cerrar por un momento los comentarios al aparecer el insulto «troll». Luego los volvimos a abrir, tras comentarlo con Ricardo Antón, el autor del citado artículo. Como consecuencia de todo ello hemos propuesto una política de comentarios. Pero, ¿debe existir? Y otra cuestión: ¿debemos aceptar el conflicto?, ¿hasta dónde?

María ptqk -absolutamente recomondable su blog, por cierto- escribió a raíz de todo lo anterior El No como estrategia. Me interesa sobremanera la idea de post-política, que recoge de Slavoj Žižek a partir de lo que lee en En defensa de la intolerancia, en el blog sololibros:

post-política: un sistema en el que las diferencias entre visiones políticas enfrentadas (más o menos tradicionales) queda sustituido por una alianza entre «tecnócratas ilustrados» y «liberales multiculturalistas». La política deja de ser el arte de lo imposible (cambiar los parámetros de lo comúnmente aceptado) para transformarse en el arte de lo posible, de lo que funciona: esto es, de lo que genera beneficios. Así, su funcionamiento es, en palabras del autor, interpasivo: está en permanente actividad con el único propósito de que lo que importa permanezca inmutable.
En su artículo María critica mi postura de cerrar los comentarios y entiendo que lo hace argumentando que nos mantenemos alejados del conflicto y eso no es positivo. Caso de que éste surja, intervenimos rápido con bisturí: cortamos y a por otra cosa, mariposa. Pues… creo que no le falta razón.

Uno de los grandes retos para innovar es saber aguantar provocar el conflicto. No parece lógico que la innovación navegue todo el tiempo en aguas calmas y reposadas donde todo es políticamente correcto. Si tanto decimos que la tensión creativa vive en buena parte alejada de la ortodoxia y los centros de poder, entonces el conflicto debería ser moneda más corriente, ¿no?

Pero, claro, aquí cada cual vive contaminado (me incluyo, claro está) por sus esclavitudes personales. Tenemos muchos ejemplos de cómo la periferia acaba desplazándose al centro arrastrada por las fuerzas centrípetas. La creatividad pasa al plano institucional porque no puede no serlo. ¿Qué es el reconocimiento? Caer en la cuenta de que algo merece ser incorporado a la esfera de lo socialmente aceptado. Y ¿cuánta gente está dispuesta a vivir en una periferia sin reconocimiento de ningún tipo? La norma aplana día sí y día también. No hay más: el sistema, el globalismo de Ulrich Beck (que no la globalización) elimina diferencias y juega a la estandarización de productos y servicios. Pero, ¿acaso no sucede que toda innovación es social o no lo es?

¿Qué hacer, pues, con el conflicto? Tensar la cuerda debería provocarlo casi a cada momento. ¿Y quién se siente cómoda en un permanente conflicto?, ¿dónde está la línea que separa la resolución del conflicto como superación creativa y esa otra resolución que elimina tensiones y juega a la diferenciación inclusiva que también explica el propio Beck?

Alfonso Vázquez me ha argumentado en más de una ocasión que «no hay no sistema», no hay «fuera» del sistema. ¿Así es? ¿Todos estamos dentro de una enorme organización social cuya fuerza centrípeta uniformizadora es espectacularmente potente? En mi caso no me tengo por persona que se maneje mal con la incertidumbre y el conflicto, pero, eso sí, no puede ser de tal magnitud que me haga sentirme mal. Nadie quiere vivir de forma permanente en zonas de «no-confort». Vale probar y probarse, pero la tensión psicológica que produce puede que no sea buena para nuestra estabilidad emocional. Y digo «estabilidad»… porque ¿acaso también deberíamos bucear en una deseable «inestabilidad» emocional?

María ptqk dice bien, pero me temo que nos ha dado una lección de teoría. Es una lección desde la lógica de que innovar no puede ir de la mano permanente de lo neutro y sistematizable. Evidente. Pero, ¿cómo se juega desde el conflicto?, ¿hasta dónde la conversación que ella misma mantenía a partir del post de Ricardo Antón sobre Bizkaia Creaktiva no era un fracaso de manejo del conflicto?, ¿tendríamos que dejar que de forma sistemática el conflicto buscara límites más allá de lo habitual hasta que la sangre o la catarsis dicte sentencia? Supongo que en el fondo es cuestión de grados y quizá allá que subir los de tolerancia al conflicto, pero bien sabemos de conflictos que navegan rabiosos junto al fracaso de la naturaleza humana para resolverlos.

María, ¿qué hacemos?, ¿hasta dónde abrimos el grifo del conflicto?, ¿lo provocamos?, ¿dejamos que fluya y que busque en cada caso su propia resolución?, ¿tenemos que aprender a manejar el desasosiego y el dolor de vivir con él?, ¿cuánta gente está dispuesta a pagar ese precio?, ¿sin conflicto no hay innovación?, ¿buscar el estado de flujo que describió Mihaly Csikszentmihalyi no es adecuado para innovar? Claro que a lo mejor es que la innovación no sale de la esfera.

En cualquier caso parece evidente que la innovación debería jugar a alejarse, las más de las veces, de la ortodoxia, la norma y lo políticamente correcto, ¿no?

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3 comentarios

Jesús Fernández 12/05/2009 - 11:39

De nuevo una reflexión abierta e interesante.

Momento del café… que estiraré un poco para comentarla.

Coincido con Alfonso Vázquez en que no existe el no-sistema. En global, el sistema se constituye por lo que somos los humanos con todos los vértices y pliegues, visibles o escondidos, de nuestra naturaleza social. Incluye también los elementos de distorsión del sistema, que siempre actúan desde dentro: nuestra energía vital no se crea ni se destruye, sólo se transforma… y eso nos hace progresar… o destruirnos.

Que el ser humano sea un ser social es una distinción que forma parte de la historia de la filosofía desde que podemos llamarla así. Yo creo que es indudable. Eso incluye personajes que se sienten anti-sociales porque la norma no coincide con su forma de observar el sistema. Y digo personajes y no personas porque son seres «únicos», diferentes, extraños en su entorno próximo. Son el núcleo del conflicto. Son el potencial de cambio que guarda la sociedad.

Pero no se puede pretender que el conflicto que generan al cambiar la observación de las cosas (y hacerlo de forma pública) lo extiendan a la sociedad… ¡porque ese no es su objetivo!

Eso no satisface su inquietud transformadora.

Cuando la sociedad digiere un cambio, «los personajes» ya se inquietan con cómo lo hace, con las perversiones del cambio, con su aprovechamiento por quienes lo tranforman en rendimiento… o por nuevos cambios.

Nadie ha dicho que el ser humano sea por naturaleza transgresor. Solo «los personajes» lo son. Pero sólo muy excepcionalmente un transgresor tiene el poder, la inteligencia, el apoyo y las competencias para liderar una transformación radical del mundo. Y el liderazgo se puede usar para el bien… y para el mal, no lo olvidemos.

Las posiciones radicales son imprescindibles para el debate intelectual y para abrir nuevos caminos, pero estos caminos nunca acaban por abrirlos en la práctica los transgresores-no-excepcionales (salvo que en las masas sociales exista una necesidad básica insatisfecha), sino quienes son capaces de transformar las ideas en material consumible por las masas.

El consumo como motor social no lo ha inventado nadie. Satisface varias necesidades básicas del ser humano… y varios anhelos. Por eso funciona, ha funcionado y funcionará, aunque tome diferentes formas y se ajuste a las posibilidades de cada momento histórico.

La sabiduría de las masas es un concepto que se está demostrando existir y ser poderoso por su caracter fractal y por basarse más en la coexistencia sin interferencia (o sea sin conflicto socialmente relevante) de posiciones extremas que por la uniformidad de criterios. Pero como enjambre (no como saltamontes de infinitos e inquietos movimientos sin contacto), tiene una capacidad de movimiento sin sobresaltos, fluye en bordes identificables… «arrastrado» por quienes lideran el avance y sin otro afán que seguir componiéndolo.

Y sí, como enjambre, cuando decide moverse globalmente arrolla, es imparable… pero entonces el individuo deja de tener significado para el movimiento.

No hay sociedades con millones de activistas… porque allí los radicales serían los minoritarios pasivos ¿no?

¿No me digas que no se puede?… Se puede, se puede… pero desengáñate: lo implantarán otros.

El inquieto, a mi modo de ver, tiene que saber vivir con la frustración de ser finalmente arrollado y de ver cómo lo que finalmente queda… pierde esencia…

Un apunte: el conflicto del que hablamos busca el incomodo, el remover las cosas por dentro, el cambiarte el pedestal de observación… pero no el enfado. Si éste se produce, ciega la posibilidad de que el otro ocurra.

Creo que si el conflicto no existe hay que provocarlo, pero también que hay que saber encauzarlo bien. Liderar el conflicto no es generarlo, sino hacerlo efectivo.

Porque lo importante es hacer que las cosas sucedan.

Así, a borbotones, es lo que me ha salido.

Si te sientes transgresor, como le decía a María ptqk comentando su post… liviandad… Y cuando toque retirada (que tocará), a empezar de nuevo. Y a disfrutar de ello, que esto dura poco.

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Julen 22/05/2009 - 07:49

@Jesús, un placer leerte. Quizá todo esto sean argumentos para querer seguir en algún lugar del fondo de la cola: http://tinyurl.com/ppjuc9

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Crítica optimista de la nueva cultura sin cultura | Consultoría artesana en red 03/10/2014 - 06:00

[…] Conviene destruir algunos mitos de lo políticamente correcto, como ya expuse al hablar de Innovación, conflicto y ortodoxia. Sé que a veces puedo parecer un cascarrabias, pero mejor eso que tragar con ruedas de molino. […]

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